lunes, 18 de febrero de 2019

Juan Rulfo "Macario"

Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos… Las ranas son verdes de todo a todo, menos en la panza. Los sapos son negros. También los ojos de mi madrina son negros. Las ranas son buenas para hacer de comer con ellas. Los sapos no se comen; pero yo me los he comido también, aunque no se coman, y saben igual que las ranas. Felipa es la que dice que es malo comer sapos. Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella es la que me da de comer en la cocina cada vez que me toca comer. Ella no quiere que yo perjudique a las ranas. Pero, a todo esto, es mi madrina la que me manda a hacer las cosas… Yo quiero más a Felipa que a mi madrina. Pero es mi madrina la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera. Felipa sólo se está en la cocina arreglando la comida de los tres. No hace otra cosa desde que yo la conozco. Lo de lavar los trastes a mí me toca. Lo de acarrear leña para prender el fogón también a mí me toca. Luego es mi madrina la que nos reparte la comida. Después de comer ella, hace con sus manos dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces Felipa no tiene ganas de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso quiero yo a Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca, ni aun comiéndome la comida de ella. Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé bien que no me lleno por más que coma todo lo que me den. Y Felipa también sabe eso… Dicen en la calle que yo estoy loco porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha oído que eso dicen. Yo no lo he oído. Mi madrina no me deja salir solo a la calle. Cuando me saca a dar la vuelta es para llevarme a la iglesia a oír misa. Allí me acomoda cerquita de ella y me amarra las manos con las barbas de su rebozo. Yo no sé por qué me amarra mis manos; pero dice que porque dizque luego hago locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a alguien; que le apreté el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo. Pero, a todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con mentiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no como otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba me apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi madrina me trata bien. Por eso estoy contento en su casa. Además, aquí vive Felipa. Felipa es muy buena conmigo. Por eso la quiero… La leche de Felipa es dulce como las flores del obelisco. Yo he bebido leche de chiva y también de puerca recién parida; pero no, no es igual de buena que la leche de Felipa… Ahora ya hace mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella tiene donde tenemos solamente las costillas, y de donde le sale, sabiendo sacarla, una leche mejor que la que nos da mi madrina en el almuerzo de los domingos… Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la lengua… Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor, sólo que a mí me gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacia cosquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida junto a mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo no me apuraba del frío ni de ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo solo allí, en alguna noche… A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a ir al infierno cualquier día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por gustarme dar de cabezazos contra lo primero que encuentro. Pero viene Felipa y me espanta mis miedos. Me hace cosquillas con sus manos como ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que tengo de morirme. Y por un ratito hasta se me olvida… Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo. Ella le dirá que me perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se confiesa todos los días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días. Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso dice Felipa. Por eso yo la quiero tanto… Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es la gran cosa. Uno da de topes contra los pilares del corredor horas enteras y la cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse. Y uno da de topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como un tambor. Igual que el tambor que anda con la chirimía, cuando viene la chirimía a la función del Señor. Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera el tum tum del tambor… Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero lo que yo quiero es oír el tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando uno está en la iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las condenaciones del señor cura…: “El camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es oscuro.” Eso dice el señor cura… Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras. Barro la calle y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle suceden cosas. Sobra quién lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno. Llueven piedras grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que remendar la camisa y esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la cara o de las rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque si no ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de sangre. Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí, no se parece al sabor de la leche de Felipa… Yo por eso, para que no me apedreen, me vivo siempre metido en mi casa. En seguida que me dan de comer me encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo los pecados mirando que aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para ver por dónde se me andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito. Me acuesto sobre mis costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No vaya a suceder que me encuentren desprevenido los pecados por andar con el ocote prendido buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi cobija… Las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. Los grillos no sé si truenen. A los grillos nunca los mato. Felipa dice que los grillos hacen ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los gritos de las ánimas que están penando en el purgatorio. El día en que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos echaremos a correr espantados por el susto. Además, a mí me gusta mucho estarme con la oreja parada oyendo el ruido de los grillos. En mi cuarto hay muchos. Tal vez haya más grillos que cucarachas aquí entre las arrugas de los costales donde yo me acuesto. También hay alacranes. Cada rato se dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno hasta llegar al suelo. Porque si algún brazo se mueve o empiezan a temblarle a uno los huesos, se siente en seguida el ardor del piquete. Eso duele. A Felipa le picó una vez uno en una nalga. Se puso a llorar y a gritarle con gritos queditos a la Virgen Santísima para que no se le echara a perder su nalga. Yo le unté saliva. Toda la noche me la pasé untándole saliva y rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se aliviaba con mi remedio, en que yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo lo que pude… De cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi cuarto que si anduviera en la calle, llamando la atención de los amantes de aporrear gente. Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña porque me vea comiéndome las flores de su obelisco, o sus arrayanes, o sus granadas. Ella sabe lo entrado en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se me acaba el hambre. Que no me ajusta ninguna comida para llenar mis tripas aunque ande a cada rato pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que me como el garbanzo remojado que le doy a los puercos gordos y el maíz seco que le doy a los puercos flacos. Así que ella ya sabe con cuánta hambre ando desde que me amanece hasta que me anochece. Y mientras encuentre de comer aquí en esta casa, aquí me estaré. Porque yo creo que el día en que deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con toda seguridad derechito al infierno. Y de allí ya no me sacará nadie, ni Felipa, aunque sea tan buena conmigo, ni el escapulario que me regaló mi madrina y que traigo enredado en el pescuezo… Ahora estoy junto a la alcantarilla esperando a que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna en todo este rato que llevo platicando. Si tardan más en salir, puede suceder que me duerma, y luego ya no habrá modo de matarlas, y a mi madrina no le llegará por ningún lado el sueño si las oye cantar, y se llenará de coraje. Y entonces le pedirá, a alguno de toda la hilera de santos que tiene en su cuarto, que mande a los diablos por mí, para que me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin pasar ni siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá ni a mi mamá que es allí donde están… Mejor seguiré platicando… De lo que más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las flores del obelisco…

FIN

jueves, 14 de abril de 2016

ADANOWSKY, “CARTA A MI PADRE”.


Querido padre, Alejandro, tu que siempre pensaste que llamar a su padre “Papá” era un error. Que Papá y Mamá eran las primeras palabras que podía pronunciar un bebé y que llamar a sus padres así siendo adulto era mantener preso a sus hijos como niños. Tu que me decías “no me llamo Papá, me llamo Alejandro, yo no te llamo adad, dada o adadá..”
Escribo esta carta públicamente porque quiero que el mundo sepa que el amor entre padre e hijo existe. 

Veo en el planeta cientos de casos con padres ausentes o que no aceptan a sus hijos como son. 
Por eso hoy quiero que el mundo sepa cual puede ser una verdadera relación de amor y respeto. Espero le pueda servir a este planeta. Que sirva de ejemplo para que el mundo se transforme en algo mejor y dejen de crear guerras que son productos de rabia contenida.
Llamarte Alejandro no me quitó nada, al contrario, no te vi como una figura emblemática, ni como un ser superior, pero como un aliado, un ser lleno de bondad. Llamarte Alejandro es lo más tierno y maravilloso del mundo. Sentirme diferente de los otros niños me dio un gran sentimiento de fuerza.
Nunca me educaste con miedo, nunca me pegaste. Me hablaste, me explicaste y te procupaste de enseñarme tus pensamientos dejándome libre de ser el que yo tenía que ser y no el que tu querías que yo sea.
¿Te acuerdas? Te sentabas al lado de mi, leyendo cuentos japoneses para iniciarme a una filosofía de vida. 
Has formado mi mente para prepararme como un guerrero a recibir los golpes de la vida, a recibir discursos estúpidos, a recibir la imbecilidad humana. Pero me enseñaste también a reconocer la belleza dentro de la fealdad.
Me acuerdo que un día me dijiste “te voy a enseñar a pensar”. Estábamos en España, de vacaciones en una isla. Y todas las mañanas me dabas clases para pensar. Todo padre debería enseñar a su hijo a pensar.
Un niño no es tonto, es como una esponja, lo que le enseñas le queda para toda la vida y lo necesita. Gracias a eso, me marcaste para siempre.
“¿Qué es dios? ¿Qué es el universo? ¿Cual es nuestra finalidad en este universo? ¿De donde vengo? ¿Hacia donde voy? ¿Soy un cuerpo con alma o un alma con un cuerpo? Tu verdad es una verdad pero no la verdad…”
Me enseñaste a hablar como un ser consciente y delicado. 
Cuando era niño me hablabas suavemente, como adulto y no me infantilizabas con voz de dibujo animado. Los padres suelen hablar a sus hijos como si fuesen muñecos, pero tu, me hablaste como un ser humano.
Luego, me ensañaste a comunicar con los otros y en lugar de afirmar algo en una conversación, me enseñaste a decir antes de empezar una frase: “según lo que yo pienso y me puedo equivocar”.
En una pelea, en lugar de acusar al otro, me enseñaste a decir lo que siento y qué me produce esa discusión.
Nunca me hiciste parte de tus angustias económicas, para que el dinero no sea un peso para mi. 
He vivido en un paraíso. Un niño tiene que ver la vida como un paraíso. Lo contrario lo convierte en un ser angustiado con miedo a enfrentar su existencia.
Cuando tenía rabia, en lugar de contenerla, me llevabas por la mano en el jardín y me hacías destrozar una silla en mil pedazos. No puedes saber la alegría que era para mi destrozar esa pobre silla.
Yo te decía: “pero si la rompo ya no vamos a tener silla…” Y tu me decías que no importaba, que ibas a comprar otra. Para ti lo material no tenía ninguna importancia, ningún valor. El único valor que veías estaba en el ser humano.
En lugar de reprimir mi creatividad, me comprabas pinceles para que pueda pintar en las paredes de mi cuarto.
Nunca me prohibiste nada. Cuando hacía un error, hablábamos sobre él y lo arreglábamos. Confiabas en mi, en mis propios limites que me imponía a mi mismo. 
Podía hacer y preguntar de todo. Era un niño y se hablaba abiertamente de sexo, sin que la moral religiosa nos haga creer que es algo insano. Cuando alguien tenía sexo en la casa, el día siguiente se celebraba.
Cuando deseaba un instrumento, en lugar de pensar que era un capricho, me comprabas un piano, una trompeta, aunque la usaba solo un día. Decías que todo sirve en la vida. Y es cierto, todo lo que te pedí y me diste en la infancia, me sirvió. absolutamente todo. No pusiste ningún limite a mi creatividad. Me enseñaste a meditar, me pasaste libros. Aunque tu y mi madre se separaron cuando yo tenía 8 años, nunca me hablaste mal de ella. No intentaste destruir mi mirada de amor hacia ella.
Creaste entre mis hermanos y yo una relación de amor. Sin competencia. Queriendo a cada uno de manera diferente. 
Me ensañaste a pensar, a creer que todo era posible en la vida. 
¿Y como? Te voy a recordar como.
Un día nos paseamos por las calles en Paris buscando un par de zapatos, y hasta que no encontraba el par perfecto, no nos íbamos a dejar vencer. Entramos en quince tiendas ese día, hasta encontrar lo que realmente quería. Gracias padre de mi corazón, gracias a eso hoy en día, hasta que no esté satisfecho con lo que estoy creando, no me dejo vencer. Me enseñaste también que cuando no se logra algo, se puede tomar otro camino que lleve a lo que deseas.
Cuando me tropezaba en la calle me decías “¡Samurai!” Para que cada paso, cada mirada mía en este mundo sea consciente. El Samurai no se distrae nunca. Me siento vivo Alejandro, tan vivo.
Nunca te vi deprimido, ¿te das cuenta? Nunca te quejaste ni te dejaste vencer por el peso de la vida.
Nunca me hiciste parte de tus angustias. Me enseñaste a ser alegre, a pensar que la vida era una fiesta. Me enseñaste a no fumar cuando lo adolescentes empezaban a fumar, me explicaste que yo era un niño seguro de mi mismo, que no necesitaba un cigarro para seducir, ser adulto o ser aceptado por los otros. Me sentía fuerte, tan fuerte.
Me enseñaste a amarme, a respetar mi templo, mi cuerpo.
Te vi escribir toda mi vida ocho horas diarias, dedicado a tu arte.
Encontraste el amor a los 75 años, conociste a Pascale, tu mujer. Y es la historia más bella que he visto en mi vida. Me hiciste creer en la unión de dos personas. Ahora tengo fe en la pareja a cualquier edad.
A veces me preguntas: “¿Como te sientes mentalmente, corporalmente, sexualmente, emocionalmente? 
” Te comunicas con mi ser entero. Cuando llego a tu casa, me siento en frente de ti y me miras, me cuentas tu vida, me preguntas sobre la mía e intentas que nuestros monólogos duren el mismo tiempo. Que la conversación sea equilibrada. Que uno no hable más que el otro.
Te preocupas por mi sin invadir mi espacio. Pero me dices siempre que me amas. Todo padre tendría que decir a su hijo que lo ama.
Cuando era niño y te ibas de viaje, pero me llamabas todos los días, aunque eran dos minutos. Era nuestro trato. Sentí tu presencia. Siempre sentí que podía contar contigo. Cuando decías algo, lo cumplías y no puedes saber lo importante que es para un niño que su padre cumpla lo que diga.
Una vez me fui de vacaciones con la escuela, y me sentí tan mal con los niños, me sentí tan diferente a ellos que te llamé llorando. En la noche misma llegaste con tu coche. Hiciste 400 kilometros para sacarme del infierno. Y regresamos juntos la noche misma. Cantando. Decías que un niño no debe sufrir, que sus primeros años son sagrados.
Siempre olias mi pelo y mi piel diciendo que olia maravillosament 
e bien. Siempre me dijiste que iba a ser alto, que tenía talento, que era bello, que era un príncipe. Me acariciaste, me tocaste, me abrazaste. Fui un ser amado.
En la mañana tocaba a tu puerta y corría a acostarme al lado de ti y me abrazabas. Yo, la cabeza sobre tu pecho escuchando tu respiración y tu corazón latiendo. Luego ibamos a desayunar en frente de la casa, en un café, y me hablabas de libros, de cine, de los descubrimientos 
 que hacías, de las nuevas ideas espirituales que habías pensado.
En este momento estoy llorando de emoción porque nunca me había tomado el tiempo de decirte todo esto. Eres un padre maravilloso. Mis lágrimas corren, esas lágrimas son gotas de amor. 
Siempre me llevaste contigo en tus conferencias, en tus seminarios, te vi hacerle bien a la gente, darles sonrisas, calmar miedos.
Hemos colaborado en teatro, en cine, en mis canciones. Qué maravilla poder crear algo con su familia.
Cuando tenía una duda siempre estuviste presente. Tan presente que hoy en día si ya no estuvieses a mi lado, escucharía tu voz en mi mente aconsejándome. Te tengo marcado en mi como un tatuaje para siempre.
Me salvaste Alejandro, en este mundo tan cruel, en este caos que es la vida, en esta locura donde vivimos, me mostraste lo más bello. Me alejaste de todo pensamiento burgués, de toda ilusión, de todo pensamiento religioso, de toda moral, me ensañaste a no tener límites. Me enseñaste que soy un ser libre. Libre de la locura humana, libre de guerras, de miedos, me enseñaste que la realidad donde vivimos no es la única realidad, me enseñaste que mi territorio no es una casa, un país o un mundo, sino el universo entero, el infinito. 
¿Por qué me hacías pintar en las paredes de mi cuarto? Me lo he preguntado mucho. ¿Por qué dejarme esa libertad de hacer lo que quería en mi habitación? Entendí que me enseñabas a crear, a liberar mi mente, vivir sin ataduras, sin paredes. Esas paredes eran ilusorias, invisibles y pintándolas podía pasar a través de ellas.
Me ensañaste a hablar, ni poco ni demasiado. Me enseñaste a respetar el campo energético de los otros. Me enseñaste a contar con las cartas del tarot. Y me mostraste que los símbolos son arte. Me enseñaste que la vida es mágica y que el milagro está por todos lados. Me enseñaste que dios es una energía que nos acompaña, y no un ser severo inventado por escritores.
Me abriste una cuenta en una librería y gracias a ti descubrí la poesía.
¡La poesía! Me acuerdo que nos sentábamos todos en la mesa del comedor, y cada uno de nosotros leía su poema. 
Nunca tuviste amigos inútiles, la única gente que entró en tu casa fue la que querías ayudar o personas con talento. Poetas, filósofos, cantantes, doctores, zapateros, santos, todo tipo de gente pero con alma y contenido. Nunca perdiste tu tiempo en conversaciones vacías.
Nunca te he visto borracho ni drogado.
Solo te vi desarrollar tu mente y tu talento de forma positiva con finalidad de cambiar el mundo y aportarle algo.
Te sentiste durante años un escritor fracasado, y mira lo que lograste. A los sesenta años te liberaste de ese sentimiento y publicaste más de treinta libros, hoy tienes ochenta y cinco años y eres un escritor completamente realizado. Todo eso por creer en ti. Qué ejemplo. ¡Cuanta gente no cree en lo que es, buscando una salida, buscando felicidad sin ver que todo el contenido está vibrando en ellos desde siempre! 
Me hablaste de la vejez como algo bello y gracias a ti disfruto cada año que cumplo sin temerle a la muerte. Gracias a ti veo que todo es posible en esta vida, en cualquier momento.
Veo el amor que tienes en tus ojos, veo el amor en ti cuando me miras, me amaste y diste tanto que te amo sin limites. Tu creaste ese ser que te está escribiendo. Tu creaste mi amor hacia ti. Aplicaste perfectamente esa frase que escribiste y resultó ser verdadera:
Lo que das te lo das, lo que no das te lo quitas.

Gracias por haberme regalado esta vida. 

Tu hijo Adan que te ama.

lunes, 17 de agosto de 2015

El hombre más rico de Asia te enseña como invertir tu salario en solo 5 pasos



Li Ka-Shing, el hom­bre más rico de Asia con una for­tuna cer­cana a los 32 mil mil­lones de dólares, tiene inver­siones en bienes raíces, com­er­cio, puer­tos y energía; luego de una vida llena de éxito y expe­ri­en­cia, te explica cómo inver­tir tu salario para lograr com­prar tu carro y tu casa en un plazo máx­imo de 5 años.

Haz de cuenta que tienes un salario men­sual de 320 dólares (el monto es indifer­ente), el cual es tu sus­tento y uti­lizas para vivir a tu man­era. Ahora bien, a par­tir de este instante, cada pago que recibirás será redis­tribuido e inver­tido en cinco fon­dos que se dis­crim­i­nan a continuación:

Fondo · 1: 90 dólares [30%]
Fondo · 2: 65 dólares [20%]
Fondo · 3: 50 dólares [15%]
Fondo · 4: 35 dólares [10%]1
Fondo · 5: 80 dólares [25%]
Fondo · 1: 90 dólares para gas­tos de manutención
Este primer fondo debe ser uti­lizado para sub­si­s­tir. La real­i­dad es que será una forma bas­tante sen­cilla de vivir donde solo puedes gas­tar menos de 5 dólares cada día. Por ejemplo:

Un desayuno diario com­puesto por cereal, un huevo y un vaso de leche.
Para almorzar puedes tener algo sen­cillo, acom­páñalo de un snack y una fruta.
Final­mente para la comida, ve a tu cocina y prepara tus pro­pios ali­men­tos, los cuales pueden ser algunos vegetales, pro­teína y harinas.
Men­su­al­mente tu ali­mentación debe costar entre 80 y 95 dólares; no te pre­ocu­pes, siendo joven, tu cuerpo no ten­drá ningún prob­lema con este tipo de ali­mentación por algún tiempo.


Fondo · 2: 65 dólares para hacer amigos
Este fondo será uti­lizado bási­ca­mente para hacer ami­gos y ampliar tu cír­culo de amis­tades y cono­ci­dos. Sep­ara entre 20 y 25 dólares para pagar tu plan móvil, el resto del dinero debes inver­tirlo para invi­tar a dos ami­gos a almorzar cada mes.


¿A quién debes invi­tar a almorzar? Siem­pre recuerda invi­tar a per­sonas que sean más inteligentes que tú, que sean más ricos que tú o que te hayan ayu­dado en tu car­rera. Asegúrate de hacer esto cada mes, con seguri­dad que luego de un año tu cir­culo de ami­gos habrá gen­er­ado un inmenso valor para ti. Tu rep­utación, influ­en­cia y valor agre­gado serán clara­mente recono­ci­dos, además, estarás proyectando una ima­gen de generosidad.

Fondo · 3: 50 dólares para aprender
Men­su­al­mente debes inver­tir entre 10 y 20 dólares en libros. Sí, libros. Sé con­sciente que no tienes mucho dinero y que debes inver­tir en tu apren­dizaje. Cuando com­pres un libro, léelo con aten­ción y aprende todas las estrate­gias que están siendo com­par­tidas con­tigo a través de estas páginas.

Cada libro que pase por tus manos agré­galo a tu lenguaje para nar­rar alguna his­to­ria, no olvides que com­par­tir con otros tus expe­ri­en­cias y conocimien­tos puede mejo­rar tu cred­i­bil­i­dad y afinidad. El resto de dinero inviértelo en algún curso de entre­namiento, capac­itación, mejo­ramiento, de lo que sea…a medida que vayas ganando más dinero o ten­gas lo sufi­cien­te­mente ahor­rado, par­tic­ipa en cur­sos mucho más avan­za­dos. Cada vez que par­tic­i­pas en cur­sos de alto rendimiento, no solo estás adquiriendo nuevos conocimien­tos sino que estás rela­cionán­dote con per­sonas que com­parten tus ideas y que no serían tan fáciles de acceder de algún otro modo.

Fondo · 4: 35 dólares para via­jar al extranjero
Prémi­ate con un viaje al extran­jero una vez al año, esto te per­mi­tirá seguir cre­ciendo en tu expe­ri­en­cia de vida, y por favor, qué­date en hostales y ahorra dinero. En pocos años habrás recor­rido una gran can­ti­dad de países y adquirido nuevos conocimien­tos y sabiduría, la cual podrás uti­lizar para man­ten­erte enfo­cado y sen­tir pasión por tu trabajo.

Fondo · 5: 80 dólares para invertir
Invierte. Ahorra 80 dólares en tu cuenta ban­caria y haz­los cre­cer como si fuera el cap­i­tal para tu primer idea de nego­cio. Invierte tu dinero en nego­cios pequeños es una buena opción ya que estos son los más seguros; visita por ejem­plo tien­das may­oris­tas y mira qué puedes vender, si pierdes dinero no habrán per­di­das con­sid­er­ables. Sin embargo, si logras generar util­i­dades esto aumen­tará tu con­fi­anza y coraje para seguir empren­di­endo con la experien­cia nece­saria para ges­tionar tu pro­pio nego­cio.

Si puedes ahor­rar y ganar más, podrás inver­tir en activos y planes de largo plazo que te brindarán una seguri­dad para ti y para tus alle­ga­dos. Así que, inde­pen­di­en­te­mente de lo suceda con tu tra­bajo, siem­pre ten­drás unos fon­dos suficientes para ase­gu­rar que tu cal­i­dad de vida no se vea afectada.

Ahora, si luego de luchar durante un año sigues ganando los mis­mos 320 dólares men­su­ales esto sig­nifica que no has cre­cido para nada como per­sona, como pro­fe­sional y mucho menos como emprende­dor, algo que debería avergonzarte.

Si tu salario incre­mentó a 480 dólares [50%] deberás seguir tra­ba­jando duro, esto implica con­seguir un tra­bajo de medio tiempo, preferi­ble­mente rela­cionado con las ven­tas. Vender es todo un reto, pero es la forma más fácil y ráp­ida de adquirir la sabiduría y expe­ri­en­cia de venderte a ti mismo, habil­i­dad indis­pens­able para tu vida, y más si decides emprender.

Todos los emprende­dores deben ser vende­dores. Estos deben tener la habil­i­dad de vender sus sueños, ideas y visiones.Con seguri­dad encon­trarás per­sonas en tu vida que vale la pena tener a tu lado, a ellos debes vender tu visión del mundo.3

Trata de com­prar ropa y zap­atos que sean baratos; ya ten­drás dinero y tiempo para com­prar abso­lu­ta­mente todos cuando seas rico. Ahorra dinero y cóm­prale un regalo a las per­sonas que amas, cuén­tales tus metas financieras y los planes que tienes; háblales de tus sueños, de tu con­vic­ción y sacrificios.

Todos nece­si­ta­mos ayuda, inclu­i­dos las per­sonas de nego­cios, así que ofrécete y ayuda con alguna opor­tu­nidad que se pre­sente, esto no solo te hará mejor per­sona sino que incre­men­tará tus habil­i­dades y conocimientos.

Para el sigu­iente año tu salario debe estar en 800 dólares y como mín­imo en 480 dólares, si no lo está no podrás com­pe­tir ni siquiera con la inflación.

En Con­clusión.
Sin impor­tar cuánto dinero ganes siem­pre divide tu salario en cinco fon­dos, siempre haz de ti alguien útil, invierte en tu conocimiento y haz nuevos con­tac­tos. Cuando incre­men­tas tu inver­sión social y expandes tu red de cono­ci­dos y ami­gos, tus ingre­sos cre­cerán pro­por­cional­mente. Aumenta tu inver­sión en apren­dizaje y for­t­alece tu con­fi­anza; invierte más via­jando y cono­ciendo, expande tu hor­i­zonte y por supuesto invierte muchísimo más en tu futuro; al final, todo esto, incre­men­tará sostenida­mente tus ingresos.

Si logras man­tener este bal­ance en tu vida todo empezará a cre­cer orgáni­ca­mente; tus ami­gos, tus con­tac­tos, tu conocimiento, tus ingre­sos, tu riqueza, todo.

Ten­drás ami­gos en abun­dan­cia, así que desar­rolla rela­ciones más valiosas y mejores conex­iones al mismo tiempo. Podrás acceder a mejores cur­sos, even­tos más grandes y even­tual­mente estar preparado para asumir nuevos proyectos y opor­tu­nidades más desafi­antes. De repente, todos esos sueños como tener un carro y una casa, se irán haciendo realidad.

Recuerda.
Cuando estés pobre, sé amable con los demás y no busques ben­efi­cios siendo un cal­culista. Cuando seas rico debes dejar que otros sean buenos con­tigo; deberás apren­der a ser mejor con­tigo mismo. Cuando estés mal económicamente debes mostrarte y dejar que otros te util­i­cen; cuando seas rico debes apren­der a con­ser­varte y no dejarte utilizar…así fun­ciona la vida, entién­dela y aplí­cala a tu futuro.

Cuando estés pobre invierte tu dinero mostrán­dote a los demás. Cuando llegue la riqueza no te muestres, sé dis­creto y gasta tu dinero silen­ciosa­mente. En momen­tos de pobreza intenta ser gen­eroso, y en momen­tos de abun­dan­cia no dejes que te vean como un banco.

No hay nada de malo en ser joven y no debe asus­tarte el hecho de poder ser pobre. Lo que sí debes saber es cómo inver­tir en ti y cómo incre­men­tar tu conocimiento y sta­tus. Debes saber qué es impor­tante en tu vida y definir en qué vale la pena inver­tir. Iden­ti­ficar que debes evadir y en qué gas­tar tu dinero. No comas tanto en la calle, y si lo haces, trata que sea un almuerzo o una comida pagando inmedi­ata­mente, sin tar­je­tas. Y cuando vayas a invi­tar a comer a otras per­sonas, asegúrate que ten­gan sueños más grandes que los tuyos y que por encima de todo, tra­ba­jen más que tú: Todo esto que acabas de leer resume lo que es la esen­cia de la disciplina.

Una vez que el medio para vivir no sea un prob­lema en tu vida, uti­liza el resto del dinero para seguir tus sueños y pasiones…asegúrate de vivir una vida que valga la pena recordar.





Asegúrate de vivir tu sueño y tu historia.

viernes, 14 de agosto de 2015

Las trampas del deseo

Por José Gordon



Hay una diferencia fundamental entre lo que uno desea y lo que uno piensa que desea. El problema es que esto es difícil de apreciar en nuestras propias vidas. Se requiere desarrollar cierto silencio interno para atestiguar las capas sutiles que están detrás de nuestras acciones. El mundo de la literatura, el cine y el teatro permite este ejercicio. En estos escenarios podemos ver con claridad la tragedia del protagonista que no se da cuenta de lo que realmente desea. Los caricaturistas, como Paco Calderón en las páginas de REFORMA, son expertos en detectar este tipo de brechas sobre todo en los políticos que ponen cara de justicieros y creen, incluso, que desean el bien común cuando realmente los mueve la ambición.

Esta brecha es la que justamente explora, desde otra perspectiva, el investigador Dan Ariely, profesor de sicología del consumo en el MIT, profesor invitado en el Boston Federal Reserve Bank y miembro del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Ariely publica sus textos en revistas como Scientific American y Science y es autor del libro Las trampas del deseo (Ariel), que apareció en inglés con el título Predictably Irrational (Previsiblemente Irracional). Los estudios de Ariely forman parte de una disciplina que se conoce como economía conductual. Se basa en experimentos sicológicos que investigan la brecha trágica entre la forma en que percibimos que actuamos y nuestro comportamiento real.

Así, trata de entender las decisiones que toma la gente -que aparentan ser pensadas y racionales- y responden más bien a temblores emocionales. Estas decisiones dan pena cuando alguien apunta la trampa en que ha caído el razonamiento. Ariely examina, por ejemplo, por qué los pacientes tienen mayor alivio al curarse con un medicamento caro en contraposición con uno idéntico pero barato; por qué la gente honesta puede robar unos lápices en una oficina o comida comunal, pero es incapaz de sustraer dinero; por qué las dietas que nos prometemos se olvidan cuando pasa el carrito del postre; por qué las personas más cautas toman malas decisiones cuando están calientes (en todos los sentidos); por qué el peso de la propaganda de la que nos sentimos inmunes ("Sólo afecta a los tontos y yo no lo soy") no permite discernir, nubla el juicio y estimula el prejuicio.

Los experimentos de Ariely utilizan en muchos casos las herramientas más sofisticadas de la neurociencia. Lo interesante es que toda esta línea de investigación surgió a partir de una experiencia de Ariely que lo puso de frente a las trampas del deseo.

A los 18 años tuvo un accidente que le dejó el 70 porciento del cuerpo con quemaduras de tercer grado. Tres años vivió en el hospital lleno de vendas. Ese aislamiento lo hacía sentir como si fuera un ser de otro planeta. Tenía un silencio interno que le permitía atestiguar el comportamiento de familiares y amigos y ver los resortes que los movían. Al observar las curaciones que le hacían las enfermeras le intrigaba por qué al quitarle las vendas -un proceso muy doloroso que lo dejaba con la piel viva- preferían hacerlo de un tirón rápido, en vez de hacerlo lentamente. ¿Qué sería más doloroso?

Años más tarde, cuando se recuperó y realizó sus estudios universitarios, hizo una investigación que probó que el proceso más lento hubiera sido menos doloroso. ¿Por qué las enfermeras con experiencia y compasión por el paciente habían elegido el más rápido? Cuando fue al hospital a informar a las enfermeras de sus hallazgos, ellas quedaron sorprendidas. Entonces descubrió que detrás del razonamiento de ellas había algo que no tenía que ver ni con el paciente ni con su sabiduría de cómo tratarlo. Una le dijo que les resultaba angustiante y doloroso ver lo que sentía el paciente. Acabar rápido era una forma de mitigar su propio dolor. Así se dieron cuenta que pensaban que deseaban el menor dolor en el paciente, cuando en realidad deseaban acabar con la tortura de ver la pena en otra persona.

jueves, 13 de agosto de 2015

Cuando me amé de verdad. Charles Chaplin.



Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no es sino una señal de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es…”AUTENTICIDAD”

Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente y comencé a ver todo lo que acontece y que contribuye a mi crecimiento. Hoy eso se llama…”MADUREZ”

Cuando me amé de verdad, comencé a percibir como es ofensivo tratar de forzar alguna situación, o persona, solo para realizar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o la persona no está preparada, inclusive yo mismo. Hoy sé que el nombre de eso es…”RESPETO”

Cuando me ame de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable…, personas, situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. De inicio mi razón llamó esa actitud egoísmo. Hoy se llama…”AMOR PROPIO”

Cuando me amé de verdad, dejé de temer al tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé que eso es…”SIMPLICIDAD”

Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y con eso, erré menos veces. Hoy descubrí que eso es la…”HUMILDAD”

Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama…”PLENITUD”

Cuando me amé de verdad, percibí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, ella tiene una gran y valiosa aliada. Todo eso es…”SABER VIVIR!”

uando me amé de verdad comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto, en la hora correcta y en el momento exacto y entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene un nombre…”AUTOESTIMA”

jueves, 14 de mayo de 2015

El maestro inicial

Juan Villoro



La semana pasada murió Miguel Donoso Pareja, escritor ecuatoriano que vivió exiliado en México y entendía la literatura con la desbordada generosidad de quien concede a los textos ajenos más importancia que a los propios.

Lo conocí en 1972, en el piso 10 de la Torre de Rectoría de la UNAM. Los miércoles se vaciaban las oficinas de Difusión Cultural y quedaba encendida una lámpara, como en un cuadro de Hopper, sobre la mesa del Taller de Cuento. A lo lejos, sumido en sombras, el estadio de Ciudad Universitaria parecía un escarabajo boca arriba.

Yo tenía entonces quince años y había escrito un cuento. Donoso no se sorprendió de recibir a un menor de edad; preguntó por mis autores favoritos, sonrió cuando mencioné a Julio Verne y asintió cuando agregué a Rulfo y Cortázar. Me trató con la seriedad que se le concede a un colega y quiso saber cuántos relatos había escrito. Para hacerme el prolífico contesté: "dos".

Pidió que los llevara el miércoles siguiente. Esa semana escribí a toda prisa un cuento sobre mineros que sufrían espantosamente y a los que deseaba salvar en mis páginas. Hombre político, que había padecido cárcel por sus ideas, Donoso detestaba la literatura panfletaria. El cuento de los mineros le pareció horrendo y el otro aceptable: "Se nota que es posterior", dijo, con la bonhomía de quien le atribuye a alguien de 15 años una etapa previa. Fue la única vez que se equivocó. Para quedar bien, "reconocí" que el cuento de los mineros era "más viejo". Entré a un taller de ficción con una mentira, pero aprendí que ahí sólo se decía la verdad.

Donoso nos convenció de que la crítica era una forma de la creatividad y que nada ayudaba más a un autor que descubrirle defectos. Carlos Chimal, Jaime Avilés y otros compañeros de generación se beneficiaron de su rigor. Ahí conocí a Luis Felipe Rodríguez, uno de los mayores astrónomos de México, que entonces escribía espléndidos cuentos de ciencia ficción. A propósito de Rodríguez, Donoso analizó a Bradbury y Lovecraft. En otra ocasión, un texto de atmósferas sensuales del arquitecto Luis Porter lo llevó a hacer una exposición de El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell. Buscaba una estética propiciatoria para cada alumno.

En Los detectives salvajes, Roberto Bolaño retrató el taller de poesía de Juan Bañuelos, que sesionaba los martes. La novela coral del taller de Donoso Pareja tendría que ser una saga tan movediza como la de Bolaño. Con ánimo de caballería andante, comenzó a impartir talleres en San Luis Potosí, Aguascalientes y Zacatecas, el triángulo de López Velarde. Crítico del centralismo, me invitó a conocer la provincia. Lo acompañé a talleres donde conocí a una cofradía de autores que nunca se ha roto.

Cuando reseñé su novela Día tras día, me permití hacerle algunos reparos. Algunos amigos juzgaron pretencioso que me atreviera a criticarlo, pero era lo que había aprendido en su taller. Él agradeció la nota, "sobre todo por las críticas".

En nuestras travesías en camión por el mundo de López Velarde, me hablaba de su vida de marino mercante, sus días en la cárcel, sus pasiones deportivas. Nunca le vi un gesto de vanidad. Disfrutaba como suyos los hallazgos ajenos.

Una relación de ese tipo se puede volver adictiva. A los 19 años concursé para ingresar al taller de Augusto Monterroso, que recibía tres alumnos al año, y fui admitido. Entonces Miguel decidió echarme de su taller, no por celos hacia el nuevo maestro ("un gran cuentista y un hombre sabio", me dijo), sino para acabar con mi dependencia. Seguir ahí era como usar muletas cuando ya había sanado la fractura.

Bajé los diez pisos de la Rectoría por las escaleras, para demorar el desastre de entrar en una vida sin el taller de los miércoles. La última lección del maestro fue la más dura y la más significativa: tendría que criticarme a mí mismo.

Años después, cuando ya había vuelto a Guayaquil, sus alumnos le hicimos un homenaje en San Luis Potosí. Escuchó nuestras ponencias y dijo con calma: "Ya saben que me gusta corregir". Acto seguido, sometió los elogios a un insólito taller.

En noviembre de 2014 fui a Quito para participar en otro homenaje a Miguel. Pensaba verlo, pero el médico le impidió hacer el viaje de Guayaquil a la capital. Lo saludé por teléfono, recordándole lo mucho que le debía. Él hizo las bromas de quien evade el sentimentalismo. La llamada fue casi festiva; ambos sabíamos que no volveríamos a hablar, pero optamos por lo que nos unió desde que yo tenía 15 años: la ficción.

Mi mente no colgará esa llamada.

miércoles, 13 de mayo de 2015

¿Suerte, destino, casualidad?

Gaby Vargas


Hay llamadas del alma que salvan la vida.

Corrían los inicios de los años 1960, cuando Antonio se citó con su amigo Juan José en el bar del restaurante de moda en la Zona Rosa, llamado La Ronda, para tomar juntos una copa después de trabajar. Mientras charlaban, Antonio sintió algo e interrumpió a su amigo:

- "Permíteme tantito, tengo que hacer una llamada", le dijo, y se dirigió a un teléfono público que funcionaba con una moneda de 20 centavos y se localizaba a unos cuantos metros del lugar.

Mientras marcaba el número, escuchó una explosión que salía de la cocina del restaurante y vio que invadía la zona de la barra. Antonio se quedó perplejo al percatarse de que el fuego alcanzaba el lugar en donde él se encontraba segundos antes.

Era una explosión de gas, en la que su amigo Juan José murió trágicamente junto con otros parroquianos.

Todos conocemos alguna historia como la anterior, en la que la intuición, el presentimiento o algo inexplicable nos lleva a saber cosas que no se sabe por qué se saben.

- "Supe que algo no estaba bien con mi hijo de dos años que jugaba con sus primos; fui a verlo y en ese momento se estaba ahogando con una canica que pude sacarle de inmediato", me cuenta Verónica. ¿Suerte, destino, casualidad?

A esta clase de "coincidencias" se les llama intuición, a la que diccionario define como: "Facultad de conocer, o conocimiento obtenido, sin recurrir al razonamiento; percepción clara, íntima, instantánea de una idea o verdad, como si se tuviera a la vista y sin que medie razonamiento".

Einstein decía que "la intuición es lo único que realmente vale". Quizás a lo que Einstein se refería es a que ese sexto sentido está anclado en lo más profundo del ser humano, aunque en la mayoría de nosotros se encuentre dormido.

Tiene que ver con el saber del alma, con un saber que nos revela que hay algo más grande y misterioso que impulsa nuestra vida.

La ciencia concuerda en que el universo es un cúmulo de energía que se interconecta; desde la más densa y sólida como las piedras, hasta la más sutil, como el latido de nuestro corazón o las vibraciones que emanamos y percibimos de otros.

Todo pulsa con vibraciones, y en el estado natural y sano de las cosas hay un flujo de sincronía universal.

Es por esto que físicamente influimos unos en otros como constantes estaciones de radio que emiten información. Esto nos convierte en torres transmisoras y transductoras de energía, queramos o no.

Ésta es la razón por la que las mariposas monarcas migran cada año por la misma ruta sin conocer por anticipado su destino; la razón por la que los peces nadan hacia arriba y contracorriente, y por la que los osos hibernan. Todo en la naturaleza se desarrolla para su propio bien.

La revelación intuitiva es un regalo natural en el ser humano; ése es nuestro privilegio y puede darse en cualquier momento. Se manifiesta mediante palabras, imágenes, sentimientos o sensaciones viscerales.

Sólo que para que el ser humano pueda comprenderla con mayor claridad requiere de un trabajo personal, de confianza, que le permita reconocerla y escucharla.

Una vez que aprendes a confiar en las señales que tu cuerpo te envía, comenzarás a apreciar la información que recibes, no sólo acerca de lo que sucede a tu alrededor sino en tu cuerpo.

Escúchalo, por ejemplo, si cuando vas a cierto lugar sientes un dolorcito en el estómago, o si te agotas cuando estás con determinada persona, tal vez se trate de llamadas que pueden salvar tu vida.