lunes, 1 de diciembre de 2014

Pasión

Horacio Marchand

Sin exceso, nada puede existir. Los extremos de la pasión llevan inevitablemente a la procreación o a la destrucción, y ambos abren espacios para lo nuevo.

Por un lado está el Eros, la esencia creativa y expansionista: la energía detrás de los artistas, emprendedores y creativos. No sólo se refiere a lo que se considera "arte", sino a la necesidad que tiene una persona de proyectarse en alguna obra materializada.

Por otro lado está el Thanatos, la esencia destructiva y reduccionista. Heráclito decía que todo comienza en la guerra: en medio del caos y la disipación, se dispara un mandato inmediato de renacimiento. Ante la destrucción, la atención se vuelca hacia la construcción, como Japón y Alemania tras la guerra. De la misma forma que el Renacimiento obedece compensatoriamente a siglos del Medioevo y al dark side de una Iglesia radicalizada e irracional.

Amor que construye lo nuevo o violencia que destruye lo establecido, ambas energías tienen un espíritu de movilidad, de ansiedad y de exceso. Sin exceso, no hay suceso. La moderación no tiene la fuerza de la creación.

Fue excesivo Colón en buscar financiamiento para lanzarse a través del océano; fue excesivo Thomas Edison al patentar más de mil inventos; fue excesivo Ted Turner con CNN y su canal de noticias 24 horas, y es excesivo Jeff Bezos al construir un megacomercio online.

Un emprendedor es por definición un disruptor. Es un agente que le reclama al statu quo y le demanda una oportunidad. Es un retador que le grita al sistema para que voltee a mirarlo.

El entorno tiende inicialmente a descontarlo por su entusiasmo "excesivo", su inocencia o su lucha sin remedio. Y hasta la estadística parece ratificarlo: la probabilidad de éxito en emprendimientos es bastante baja.

Pero sólo los excesos tienen la capacidad de romper la inercia y la posibilidad de penetrar a un sistema para darle cabida a algo nuevo.

De ahí que el apasionado nos incomode, nos saque de nuestra zona de confort y se le etiquete como "anomalía". Quizá por eso sobrediagnosticamos a nuestros hijos con déficit de atención o alguna otra patología: por no encajar en el formato normal. Por eso miramos feo a los colegas que muestran "exceso de iniciativa" y por eso se les critica a los alumnos participativos por hacer ver "mal" al resto.

Es que vivimos inmersos en un proceso de estandarización, automatización y especialización, donde el individuo queda rebasado y diluido dentro del sistema. La estructura y las dinámicas organizacionales terminan aniquilando la pasión personal.

De ahí que los procesos de innovación requieran de excesos de iniciativa, de determinación para sortear los problemas nuevos que conllevan las innovaciones, de pasión para defender los cambios del sistema inercial.

Un innovador no tiene mas opción que plantarse en su posición y seguir metiendo presión hacia lo que quiere. El mundo, ensimismado en su propia inercia y atrapado en las trayectorias actuales, le dirá que "no" de múltiples formas.

Pero sólo el apasionado, excesivo y redundante puede lograr que el sistema reconozca esa energía y responda para acogerla apropiadamente. De repente, se reorganizan los factores productivos y se acomodan alrededor de esa nueva energía.

Fascinante eso de que al terco le llamen persistente tan pronto consigue el éxito. El exceso no se prohíbe, se administra; el exceso no se censura, se dirige.

Mejor el exceso apasionado que la apatía depresiva.



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