Juan Villoro
La cultura digital es un océano cuyos límites
desconocemos. Con frecuencia se dice que estamos ante una transformación
equivalente a la que Gutenberg trajo en el siglo XV con la imprenta de tipos
móviles. Tal vez se trate de una renovación más profunda, comparable a la
invención de la página, estudiada por Iván Illich en su libro En el viñedo del
texto.
La historia de Illich (1926-2002) parece, en sí
misma, un manuscrito misteriosamente descifrado. Sacerdote austriaco, estudió
filosofía en alemán e italiano, y aprendió croata, hindi, latín, griego
clásico, inglés, español y portugués. El campo de sus intereses compite con el
de una biblioteca borgiana. Teólogo, historiador, pedagogo, economista,
filólogo, medievalista, ecologista, educador sexual, utilizó sus saberes para
desenmascarar los lugares comunes de la modernidad. En Cuernavaca fundó el CIF
(Centro Intercultural de Formación), destinado al estudio y la transformación
de América Latina. En 1980 fue llamado a Roma para responder 80 preguntas sobre
sus heterodoxas actividades. Rompió con el Vaticano sin recusar su fe.
Congruente con su crítica de la medicina industrial, que convierte la
enfermedad en un padecimiento lucrativo, padeció el cáncer sin analgésicos,
consolándose, como un sabio chino, con la meditación y el opio.
Al revisar su vasta producción, señaló que su mejor
libro era En el viñedo del texto. A partir del análisis del Didascalicon,
escrito por el benedictino Hugo de San Víctor en el siglo XII, indagó el
momento decisivo en que los textos dejaron de ser rollos leídos en voz alta
para convertirse en páginas que reclamaban lectura silenciosa. Esto significó
el paso de la lectura monástica a la escolástica, del entendimiento colectivo
al individual.
La imprenta jubilaría a los copistas y multiplicaría
la circulación de textos. La modificación que estudia Illich es más honda, pues
atañe a la manera de leer. Hubo un momento en que el conocimiento se organizó
en un pergamino al modo de un cultivo (página quiere decir "viñedo"),
con párrafos, títulos e índice: "Las líneas de la página eran los hilos
del enrejado que sostiene las viñas [...] El latín legere se deriva de una
actividad física. Legere connota 'escoger', 'reunir', 'cosechar' o
'recoger'". En alemán esta asociación es aún más clara: Buchstab (letra)
quiere decir "rama de haya" y lesen (leer) significa
"recoger": el lector cosecha.
En la Antigüedad, leer se consideraba extenuante:
"Los médicos helenísticos prescriben la lectura como alternativa a jugar a
la pelota o pasear. La lectura presuponía que los frágiles o débiles no podían
leer con su propia lengua". Con la invención de la página, la tarea
demanda menos energía física; no se recita ante la comunidad: se dialoga en
silencio con una mente lejana. Lo que se cosecha depende de lo que sembró el
autor, pero también lo que cultiva el lector. Esta dimensión personal y activa
de la lectura es el embrión del Renacimiento; el libro deja de ser
"símbolo de una realidad cósmica" y se vuelve "símbolo del
pensamiento".
Hugo de San Víctor escribió su Didascalicon o
"libro de instrucciones" para reflexionar sobre los estímulos traídos
por la paginación y el arte de discernir el texto. Leer por cuenta propia y sin
testigos llevaría a cambios tan radicales como el de restarle peso ritual al
conocimiento y entenderlo como algo tan cotidiano que permitiría, incluso,
escribir en una lengua que no fuera el latín: "Un siglo más tarde, san
Francisco escribe el primer poema en lengua italiana [...] El hijo de un
mercader de Umbría, en los albores del siglo XIII, fue capaz de escribir su
alabanza del sol y la luna como canción de amor vernácula".
En el siglo XII, en el claustro de San Víctor, un
religioso pasó la página de la cultura, modificando la forma de leer. La
galaxia digital nos enfrenta a un cambio semejante. Los textos circulan con
ubicua celeridad en toda clase de aparatos. Lo más singular es que traen otro
tipo de lectura. Los niños responden mensajes de texto mientras navegan en
Internet y hacen la tarea con pluma fuente.
La lectura en red recupera usos colectivos no
ajenos a la oralidad. Illich recuerda que la palabra rapsoda significa
"zurcidor". Se trata de alguien que enhebra historias, pero, sobre
todo, de alguien que zurce a los hombres, integrándolos a un tejido que los
trasciende. Las redes sociales son una versión prosaica de ese impulso
homérico.
Una de las paradojas de la tecnología es que sus
novedades pueden ser la actualización de un atavismo. Twitter recicla el
recurso de las máximas y los aforismos, y el chat renueva las polifónicas voces
de la tribu.
En el siglo XII, la página aludía a un viñedo del
mismo modo en que la pantalla cibernética alude hoy a la página.
Ignoramos lo que cosecharán los lectores por venir.
Sólo sabemos que la cosecha continúa.
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