Sandra Lorenzano
Sandra Lorenzano
Desde siempre he sentido que los domingos en la tarde sólo hay lugar para la poesía. Una vez que hemos renunciado a meternos en algún centro comercial para ver cualquier película de las que las grandes cadenas de exhibición deciden que tenemos que ver, o cuando hemos terminado de secar el último plato de la extenuante comida familiar (¿quién las habrá inventado? Me entusiasman y me agotan por igual)...
... cuando ya no se percibe ni el zumbido del partido de futbol que ha escuchado con devoción el portero del edificio, y el perro que tienen amarrado todo el fin de semana en la terraza que se ve desde mi ventana ha dejado de ladrar (y mi Lola ha dejado de responderle), sólo queda lugar para la poesía. No es cosa de ponerse melancólica - aunque algo de eso siempre hay - sino de sentarse cómodamente (de “repatingarse” en nuestro sillón favorito, como decía Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero; por lo menos en la traducción que leímos hace ya demasiado tiempo) con el mejor
Es cosa de sentarse cómodamente con el mejor libro de poesía que se nos atraviese en el camino, y dejarnos llevar por las palabras(iba a escribir “por la música de las palabras”, pero me pareció terriblemente cursi).
A pesar de las tristezas, fue también semana de libros y de sol, y las dos cosas son siempre agradecibles. Y de amorosa compañía, y eso es mucho más agradecible aún.
Me tiro en el sillón rojo que Ulises, el gato de Mariana, ha decidido que es el mejor sitio para afilar sus ya de por sí afiladas garritas, y abro al azar el libro editado por Galaxia Gutenberg:
El amanecer es tu cuerpo y todo
Tus lentas oleadas fuerzan
la delgada membrana
del despertar.
Anuncias qué: no el día,
sino la quieta
duración del latido
en la sombra matriz.
Te anuncias,
proseguida y continua como
la duración.
Durar, como la noche dura,
como la noche es sólo sumergido cuerpo
de tu visible luz.
lo demás todavía pertenece a la sombra.
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