lunes, 15 de diciembre de 2014

El Nacimiento


Armando Fuentes Aguirre

Algo le faltaba al Nacimiento que cada Navidad ponemos mi esposa y yo en nuestra casa.

Le faltaba algo, pero yo no sabía qué.


Estaba, claro, la otra santísima trinidad: Jesús, José y María.

Estaban el buey y la mulita, cuya humildad aumenta la grandeza del prodigio.

Estaban el ángel y el gallo, canoros mensajeros del cielo y de la tierra, y con ellos los pastores y sus ovejas.

Estaban también el ermitaño y el diablo, muy cerca uno del otro, como muy cerca del hombre están siempre el bien y el mal.

Algo le faltaba al Nacimiento, sin embargo, y yo no sabía qué.

Ayer lo supe. Encontré en una pequeña tienda la figura de un pastor que toca la gaita. Eso le faltaba a mi nacimiento: la música. En ningún acontecimiento importante, sea humano o sea divino, puede faltar la música. Ahora el pastor le regala sus melodías al Niño Dios.

Mi Nacimiento está completo.

¡Hasta mañana!...



Surgir desde nosotros

Eduardo Caccia 


La semana pasada expresé que para cambiar a México hay que cambiar el sistema, por una razón fundamental: el sistema moldea la conducta. Si imaginamos que México funciona como un organismo podemos visualizar cómo la teoría de sistemas puede influir para un cambio favorable. Varios estudiosos de la condición política y económica del país fallan cuando pasan por alto el sistema cultural, parecería que la culpa de que seamos como somos es de la política o de la economía, cuando en realidad es al revés. Porque somos la sociedad que somos, tenemos los políticos que tenemos, ellos surgen de la sociedad.


Cambiar el sistema cultural (el político vendría por consecuencia con la renovación de cargos públicos) implica no esperar que el gobierno inicie el cambio. Acabo de escuchar un anuncio de radio del PRD (podría ser de cualquier otro partido) donde nos dicen algo como "mira qué bueno soy, te he dado apoyo para viejitos, apoyo para esto y aquello", la concepción del ejercicio político es "vota por mí porque te doy", así ha sido durante generaciones. No es casual que tengamos una sociedad domesticada (como animal salvaje en cautiverio), acostumbrada a pedir y a recibir de "papá gobierno", acostumbrada a que sus problemas se los resuelvan los políticos. Este círculo de rentabilidad electoral implica la conveniencia de que haya una clientela subdesarrollada y con problemas para venderle espejitos de soluciones.


Cambiar el sistema cultural implica que entendamos el concepto de resiliencia. Es la capacidad que tiene un individuo o un grupo social de generar factores biológicos, psicológicos y sociales para resistir, adaptarse y fortalecerse, ante un riesgo, generando éxito individual, social y moral. Aquí reside una base para sanear el tejido social. Los grupos resilientes hacen más fuerte a una sociedad o a una empresa, son fractales que garantizan la permanencia ante la amenaza. La resiliencia se pierde, pero también se recupera y fortalece.


Tradicionalmente la resiliencia aplica a catástrofes, desastres naturales que ponen en riesgo la sobrevivencia humana. En las zonas sísmicas de México se ha desarrollado resiliencia en función al riesgo natural. La resiliencia es entonces relativa, a tal veneno, tal antídoto. ¿Acaso en México la catástrofe no es el mal gobierno, la impunidad, la corrupción y la inseguridad? Necesitamos una Alianza por la Resiliencia que permita sanar los diferentes subsistemas estructurales de lo que llamamos "tejido social" o "cultura".


Gracias a un experto, doctor Dagoberto Flores, sé que lo contrario de resiliencia es la anomia asiliente, y que los 8 pilares de la resiliencia (piénsalos para México, pero también para ti y tus hijos) son: autonomía, afrontamiento (capacidad de resolver), autoestima, conciencia, responsabilidad, esperanza-optimismo, sociabilidad inteligente y tolerancia a la frustración. Estas competencias deberían ser parte de la educación y de los programas sociales. Las sociedades con más índice de anomia asiliente (es decir, con calificaciones más bajas en los pilares de resiliencia) están en América Latina, Asia y África, justo donde hay más países subdesarrollados.


Los individuos resilientes forman mejores sociedades, capaces de cuestionarse temas vitales. Por ejemplo, ¿se debe ser leal a un sistema de gobierno o a los beneficios de un sistema de gobierno? Yo prefiero los beneficios aunque no sean del sistema más aclamado. Un sistema resiliente es meritocrático por naturaleza, promueve a los mejores, no a los escogidos por intereses de camarillas.


La Alianza por la Resiliencia requiere un marco institucional y administrativo que además de los pilares básicos aliente la rendición de cuentas, la transparencia, y combata la impunidad. Requiere la participación de la academia, iniciativa privada, organismos civiles y sociedad en general. Implica surgir desde nosotros. El cambio en México se conjuga sin el sustantivo gobierno. Sólo un nosotros fuerte terminará con los pocos que ni saben, ni pueden, ni quieren.

martes, 2 de diciembre de 2014

Dos Lunas


Ángeles Mastretta


 


Por obra y gracia de la pequeña ventana horizontal que da hacia el sur, en mi estudio, un atardecer, en enero de 2006, vi salir dos lunas. De repente surgió entre las hojas del árbol, la primera: una sonrisa irónica y dichosa. Caminé hasta ella y desapareció. Estaba del otro lado, asomándose enfrente, burlándose de mi confusión. Resulta que la raya de luz reflejada en el árbol, cortándolo durante el día con una franja blanca, en la noche se vuelve un espejo. Y allá es que vi otra luna. “Así es la arquitectura, dual, como la vida misma”, escribí entonces en un tono que ahora me parece pretencioso, para un cuaderno de notas, pero como si algo anticipara que ese año sería arduo y ambivalente. Un tiempo con dos lunas en lugares opuestos.



No me gustan los años de elecciones. Aún no aprendo a lidiarlos. Por eso hasta hace poco veía venir éste con una mezcla de curiosidad y espanto. No creo en las profecías que predicen calamidades, pero no me queda más remedio que aceptar la posibilidad de que existan cuando las tengo casi enfrente. Ni voy a enumerarlas, porque entre los lectores de nexos no hay quien las ignore. Para mí, aparte de los tantos que son de todos, el daño más certero es la discordia. 



Crecí en un mundo que se negó a creer en la ignominia, empeñado en enseñarles a los hijos la esperanza como una virtud teologal, la inocencia como un don. En medio de semejante ahínco, la política era un asunto que sucedía en otra parte, a la que solamente entraban los ladrones, los abusivos, los arbitrarios, los temibles esperpentos de los que era mejor ni hablar. Sólo recuerdo una discusión política: tenía yo doce años cuando mi papá puso en duda las bienaventuradas cualidades de Franco. Nos fuimos de la fiesta. Mi papá regresó de la guerra en Europa con tal desaliento que el primer asustado con sus palabras había sido él. Entre todas las virtudes de su esposa estaba la de tener un familia que negaba el espanto, gracias a eso él había podido unirse a ella sin contarlo. Nada más quería por sobre todo. Así que cuando mi mamá se levantó de la mesa con la suavidad de una reina enigmática, quedó claro para todos que nada era más digno de nosotros que olvidar el litigio. Porque sólo pesadumbre podía salir de ahí. 



No sé cuánta razón habría en esos silencios, pero sé que nos cuidaron del rencor y que, de repente, al evocarlos, parecen un tesoro. Sé también que por eso detesto pelear. Porque lo que se marca en la infancia vuelve, de repente, como una luna apareciendo tras la verdadera ventana. Sin quitarle valor a la luz del espejo con la que hicimos otra parte de la vida, pero dándole sentido a su contrario. 



Lo que desde los años setenta, hasta hace muy poco, me resultó un deber irrevocable y una obligación feliz: emitir opiniones, censurar, librar batallas ideológicas, estar en desacuerdo con todo el cuerpo, y ni se diga el alma, ahora ha vuelto a costarme muchísimo trabajo. Ya creo, sobre todo bien, en el de los afectos. Por eso veo venir este año con temor. Porque no quiero pleitos. Y parece que habrá algunos aún si nos atenemos a la sabiduría del silencio. Porque habrá quien oiga lo que no decimos. Está nuestro mundo público tan lleno de opiniones y tan escaso de ideas, que cuando las encuentro y me parecen lúcidas, me hago de ellas y las guardo sin más. Pero no quiero dar la vida, ni la salud, ni el ánimo, ni los cariños, a cambio de eso.



Desde 1994, pensando incluso en el 2006, no temía yo la discordia como ahora la temo. No porque fuera menor, sino porque me sentía con más fuerzas para el litigio. Entonces fue imposible levantarse de la mesa y salir de la fiesta cuando se puso impertinente. Tampoco ahora me iré, pero me he propuesto negarme a los disgustos y siento en el ánimo de otros un deseo parecido. Hay quienes creen que si esta actitud crece habrá de crecer el voto nulo. O la abstención. Adivinar. Yo me he vuelto una pregunta ambulante. 



Sé que nuestro país ha sufrido muchas veces las diferencias y que el pleito ha llegado hasta la guerra, no he de ser desmemoriada ni de olvidar una historia que aprendí tarde, sé que no estamos en ese precipicio, pero que el horror haya sido aún más grande, no nos quita de padecer las divergencias que amenazan con lastimar este año. Y como será cosa de meditar las elecciones, habrá que disponerse a disentir sin pleitos y a elegir sin beaterías. Temo que otra vez vuelva el litigo, recuerdo con aprensión los días en que era difícil no encontrar en casi cada día mil diferencias. Entiendo ahora por qué tantos de nosotros crecimos en sociedades que imaginábamos acalladas por el miedo y que tal vez sólo habían aprendido a ser prudentes tras una guerra civil, tan célebre, celebrada y atroz como la Revolución mexicana.



Todos los días un montón de noticias contrarias nos tocan los oídos y nos llenan de dudas. Y a cada rato descubrimos a alguien que ha convertido nuestra duda en la certeza de algo espantoso. ¿Y cómo librarse del pleito? “El presidente es un asesino”, dice alguien. ¿Cómo callarse el “no es cierto”? “López Obrador odia al país”. ¿Cómo callarse el “no es cierto”? “Todos los priistas son autores de cuanto mal le sucede a la patria”. ¿Por qué ahorrarse el trabajo del “no creo”? ¿Cómo construir los matices? Hasta hace poco me parecía imposible.



Durante el horrendo 1994 intenté educarme en la sabiduría de callar cuando la política, ese remolino de discordias, irrumpía en la conversación. En aquel tiempo, como en éste, todo los días. Con tal intento no quería decir que el destino del país fuera a tenerme sin cuidado, ni que me hubiera hecho al ánimo de quedarme sin opiniones y certidumbres en torno a lo que sucedía. Lo que quiero decir es que me prepuse defender mis convicciones sin dejar en ellas el hígado, ya no digamos las amistades o los cariños entrañables. Fue así como antes de salir a un encuentro, me hacía una serie de recomendaciones mediante las cuales debía entregarme sin más a la prudencia de no dar batallas inútiles en torno a todos los asuntos cruciales que no lo fueran. Me propuse no hablar sobre lo que no sabía, no hablar sobre lo que creía saber, no hablar sobre lo que imaginaba, no afirmar lo que otros me dijeron que imaginaban o creían, no preguntar cuánto ganaba en el gobierno la voz más radical de la reunión, no contradecir a quien esgrimía a gritos una contundencia descabellada, no contrariar a quien preguntaba desafiante tras dos argumentos imposibles: ¿Verdad?Dirán ustedes que tales actos de paciencia colindaban con la estupidez. Digo yo, porque lo aprendí, que no servían de mucho. Pleitos hubo. Todavía más que en 2006. Una vez me entretuve imaginando desnudos a los alegadores, entonces perdieron tal contundencia sus contundencias que da risa evocarlas. Es de a poco, de muy poco a poco que cambian los países y las costumbres. Muchas veces, dan vueltas hacia atrás. Y mientras, se discute. Por eso, otro modo de evitar la molestia era imaginar a los amigos discutiendo dos siglos antes. O cinco. Así habrán sido los alegatos y de algo habrán servido, pero no esa misma noche, por más drásticos que fueran. A uno a veces se le encima el siglo VIII con el XII. ¿Así ha de sucederles en el futuro a quienes nos sigan? Se encimarán los griegos con los venecianos y los venecianos con los neoyorquinos. ¿Estarán todos en el mismo costal de lo prescindible? ¿Alguien se acordará de nuestro pleito? 



Como no tengo remedio, se me había ocurrido proponerles la teoría del silencio, como método para quedar a buen recaudo, a quienes ambicionen encontrar cierta paz de ánimo en mitad de la tormenta. Me parecía original, pero en los últimos días me he ido encontrando con que todo mundo está escarmentado y nadie quiere pleito. Mejor así. Porque ya no hay disciplina, ni fervor, ni maña que pueda salvarnos de hablar. De modo que el esfuerzo de este año tendrá que estar en los matices. Dos lunas. Hasta la más incierta, tiene revés. Está tras la ventana o en el espejo. Y alumbra el mismo mundo. Este mundo espantoso con sus miles de muertos y sus tan pocos nombres. Este mundo despierto, este afán. Nada mejor para entenderlo como algo ambivalente, que el breviario que hizo Denise Maerker para recuperar un poco de los seis años que han cruzado por su programa Punto de Partida. El paso voraz y drástico de los años, apurándonos a encontrar la concordia. Porque no podemos seguir viviendo en pleito.



Mejor pactar conversación y avenencia. ¿Qué nos une por sobre todo?, me pregunté mientras asistía a uno de los encuentros más cuerdos y dichosos de nuestros días. El humor y la memoria, pensé. Como a todo el que se quiere. Nadie llevaba candidato a esa reunión. Y a ninguno encontramos. Será cosa de ir hurgando en el año. A ver qué pasa, digamos, a ver qué nos propone la audaz arquitectura de las lunas

lunes, 1 de diciembre de 2014

Pasión

Horacio Marchand

Sin exceso, nada puede existir. Los extremos de la pasión llevan inevitablemente a la procreación o a la destrucción, y ambos abren espacios para lo nuevo.

Por un lado está el Eros, la esencia creativa y expansionista: la energía detrás de los artistas, emprendedores y creativos. No sólo se refiere a lo que se considera "arte", sino a la necesidad que tiene una persona de proyectarse en alguna obra materializada.

Por otro lado está el Thanatos, la esencia destructiva y reduccionista. Heráclito decía que todo comienza en la guerra: en medio del caos y la disipación, se dispara un mandato inmediato de renacimiento. Ante la destrucción, la atención se vuelca hacia la construcción, como Japón y Alemania tras la guerra. De la misma forma que el Renacimiento obedece compensatoriamente a siglos del Medioevo y al dark side de una Iglesia radicalizada e irracional.

Amor que construye lo nuevo o violencia que destruye lo establecido, ambas energías tienen un espíritu de movilidad, de ansiedad y de exceso. Sin exceso, no hay suceso. La moderación no tiene la fuerza de la creación.

Fue excesivo Colón en buscar financiamiento para lanzarse a través del océano; fue excesivo Thomas Edison al patentar más de mil inventos; fue excesivo Ted Turner con CNN y su canal de noticias 24 horas, y es excesivo Jeff Bezos al construir un megacomercio online.

Un emprendedor es por definición un disruptor. Es un agente que le reclama al statu quo y le demanda una oportunidad. Es un retador que le grita al sistema para que voltee a mirarlo.

El entorno tiende inicialmente a descontarlo por su entusiasmo "excesivo", su inocencia o su lucha sin remedio. Y hasta la estadística parece ratificarlo: la probabilidad de éxito en emprendimientos es bastante baja.

Pero sólo los excesos tienen la capacidad de romper la inercia y la posibilidad de penetrar a un sistema para darle cabida a algo nuevo.

De ahí que el apasionado nos incomode, nos saque de nuestra zona de confort y se le etiquete como "anomalía". Quizá por eso sobrediagnosticamos a nuestros hijos con déficit de atención o alguna otra patología: por no encajar en el formato normal. Por eso miramos feo a los colegas que muestran "exceso de iniciativa" y por eso se les critica a los alumnos participativos por hacer ver "mal" al resto.

Es que vivimos inmersos en un proceso de estandarización, automatización y especialización, donde el individuo queda rebasado y diluido dentro del sistema. La estructura y las dinámicas organizacionales terminan aniquilando la pasión personal.

De ahí que los procesos de innovación requieran de excesos de iniciativa, de determinación para sortear los problemas nuevos que conllevan las innovaciones, de pasión para defender los cambios del sistema inercial.

Un innovador no tiene mas opción que plantarse en su posición y seguir metiendo presión hacia lo que quiere. El mundo, ensimismado en su propia inercia y atrapado en las trayectorias actuales, le dirá que "no" de múltiples formas.

Pero sólo el apasionado, excesivo y redundante puede lograr que el sistema reconozca esa energía y responda para acogerla apropiadamente. De repente, se reorganizan los factores productivos y se acomodan alrededor de esa nueva energía.

Fascinante eso de que al terco le llamen persistente tan pronto consigue el éxito. El exceso no se prohíbe, se administra; el exceso no se censura, se dirige.

Mejor el exceso apasionado que la apatía depresiva.



El terapeuta






Para Alejandro Jodorowsky, no debe ser el imponente pescador que ofrece un pez al hambriento, debe ceder su poder de padre o madre universal, y, enseñando a sus pacientes la técnica de la pesca, conducirlos a explorar juntos las profundidades del oceánico inconsciente, para convertirse en sus propios curanderos. 
Todos, sanando, nos sanamos a nosotros mismos. Esta tarea debe ser una lucha constante para sembrar conciencia y salud emocional, mental, sexual y material en nuestros semejantes. Y debe hacerse sin violencia, sin imposiciones ególatras, sin santones, sin intermediarios que se proclaman únicos portadores de la conciencia cósmica o divina. 
Creando grupos de terapeutas colectivos, amando a todos los otros aprenderemos a amarnos a nosotros mismos…

lunes, 24 de noviembre de 2014

10 PSICO-PROVERBIOS

Alejandro Jodorowsky


1.- No te digas “Haré lo que pueda”. Díte: “Haré lo necesario”. La mejor arma es la que está más cerca de tu mano.

2.- Si no estás aquí, estás lejos. A la distancia de un centímetro o de un kilómetro, es la misma ausencia. (A una mínima distancia, el orgasmo aún no es orgasmo.)

3.- No te tomes siempre a ti mismo por medida. Ponte en el lugar de los otros. Para la rosa, sus espinas son sus amigas.

4.- Algunos padres cuando dicen “¡Nuestro niño crece!”, olvidan que su vida se acorta.

5.- No te preocupes de lo malo que digan de ti: el ladrido de los perros no le hace daño a una nube.

6.- No desprecies a las personas que te parecen feas. Los leños torcidos dan llamas rectas.

7.- La realidad, en gran parte, es lo que tú crees que es. El que anda con los ojos cerrados acusa al mundo de ser sombrío.

8.- No des valor a los otros sólo por su notoriedad. Puedes saber cuántas manzanas hay en un árbol, pero no cuántos árboles hay en una manzana.

9.- Todo pensamiento sólo adquiere valor cuando lo aplicas a la realidad. Si tu espada es demasiado corta, alárgala dando un paso.

10.-No contestes una agresión con otra agresión. Los envidiosos lo hacen por hambre de cariño. Si te lanzan una piedra, lánzales un pan.

Ego-Ciego

Horacio Marchand


Hay cosas que no sabemos que no sabemos. Y en esta dimensión radica el subconsciente, por lo que desconocemos, o mejor dicho, ni siquiera consideramos el impacto que tiene en la toma de decisiones.


Lo he dicho antes: hay negocios tan buenos, que toleran muchas malas decisiones y despistes de rumbo; y hay negocios tan malos, que ni el líder más apto puede generar utilidades y la labor titánica de sostenerlo un año más sin quebrar ni siquiera es reconocida.


Mientras dura la bonanza, los directores de empresa atribuyen el éxito a su propia gestión, pero cuando los buenos resultados se desvanecen, lo atribuyen a la economía, la crisis o a la competencia desleal.


La Teoría de la Atribución (una de muchas ideas sobre los procesos psicológicos en la gestión de negocios) en síntesis opera así: si me va bien, es gracias a mí; si me va mal, es debido a las circunstancias. Y al contrario: si te va bien a ti, es gracias a las circunstancias; si te va mal, es por tu culpa.


Sí es deseable tener un cierto grado de negación y racionalización pero, como todo, es cuestión de grado. Llevados al extremo, cosa que suele ocurrir al estar ausentes contrapesos, basamos las decisiones conscientes en falsedades y las consecuencias eventualmente nos cobran.


La realidad objetiva simplemente no existe: la trastocamos, la acentuamos, agrandamos o disminuimos, según nuestras propensiones y sesgos.


Pero a la hora de los negocios, existe una realidad bastante más objetiva: una de cuota de participación de mercado, de generación de flujo de efectivo, de composición de balance general, de pérdidas y ganancias.


Los líderes, humanos al fin, también son propensos a estas fallas o interpretaciones de percepción, aunque pudieran tipificarse en algunas.


1.- Inflación o Hubris. Del griego hybristikós, que significaba orgullo, insolencia, licencioso. El éxito te puede inflar hasta que revientas. Te puede sesgar, hacerte tomar riesgos innecesarios, diluir tu enfoque de negocio y animarte a invertir en emprendimientos cuestionables.


2.- Descalificación o disminución de otros. Ver a otros individuos como inferiores, menos inteligentes o sofisticados es una característica de alguien que se le ha subido el poder. Y más si se rodea de gente que los adula y que les da siempre la razón; el líder acabará en los excesos.


3.- Ensordecimiento del poderoso. El poder también corrompe a los oídos y, por ende, al pensamiento. Las personas poderosas se vuelven menos propensas a considerar el punto de vista de otros y más propensas a ser el centro de su pensamiento. Esto adicionalmente los ciega a la hora de leer lo que otros sienten, ven y piensan.


4.- Bandas y tribus. La creencia de que nuestro grupo es mejor, más inteligente o competente se basa no tanto en méritos sino en el sentido de afiliación. "Los otros" son menos que nosotros. Esta característica provoca que se ahuyente a la diversidad genética organizacional, a la heterogeneidad de pensamiento y la falta clara de adaptabilidad e innovación. (Si quieren profundizar más en el tema, les recomiendo a Robert Trivers).


Pero no todo está perdido. También tenemos recursos para luchar contra el autoengaño y quizás el primer paso sea aceptar que la mayoría de nuestras decisiones exhiben patrones y son fundamentalmente automáticas, es decir, subconscientes.


No sólo hay que trabajar en la fábrica o allá en el mercado. También conviene trabajar con nosotros mismos para entender mejor nuestros prejuicios y complejos en función de que sesgan inevitablemente la toma de decisiones.

jueves, 13 de noviembre de 2014

La mano del otro

Eduardo Caccia

Cuando niño, acompañé a mi madre a múltiples trámites, la mayoría ante instancias gubernamentales. A la distancia veo aquellas interminables horas como una especie de maestría en paciencia (no me explico cómo sobreviví sin un teléfono inteligente o una tableta digital con 300 juegos, hoy artículo de primerísima necesidad, un "estatequieto").

Mi pedestal de la tramitología sufrible se lo disputan varias memorias. Recuerdo una enorme oficina central del Registro Civil en la Ciudad de México, en la que mi mamá pasaba de ventanilla en ventanilla abriéndose paso ante una multitud obstinada en hacer el mismo trámite a la misma hora, o peor, tener la misma inicial de tu apellido. Conseguir un original del acta de nacimiento era comprobar que se puede sentir felicidad a pesar de un número de expediente.

Con esta impronta enfrenté un nuevo reto. Para renovar el pasaporte, la SRE no te cree que seas mexicano si tu pasaporte anterior fue expedido por ellos en el extranjero. De paso no le cree a su consulado. Todos los caminos me llevaron al mismo oscuro callejón: un acta de nacimiento original y reciente. Cuando hacía previsiones para ausentarme del mundo tres días, se me ocurrió ver si podía hacerlo por internet. Me llevé una grata sorpresa. Luego de varios botones y un depósito bancario, tres originales de mi acta llegaron por mensajería a mi casa. El Registro Civil del Distrito Federal me cuestionó: ¿al fin la efectividad y la modernidad eran parte de México?

Es automático: a todo optimismo le llega su realidad. La reforma laboral se propuso crear nuevos empleos, pero ¿cuántos orientados a la productividad y no a un exceso de mano de obra? Cuando piensas que todo se va automatizando, la mano de un mexicano te contradice. En ciertos restaurantes, hay un puesto de trabajo en el baño encargado de darte un papel para secarte las manos. En muchos estacionamientos (el del aeropuerto de Guadalajara se lleva las palmas) hay personal apostado junto a las máquinas automáticas (es un decir), individuos que toman tu boleto, lo introducen y presionan los botones necesarios. Aquí está la magia: el boleto sólo obedece al empleado, cuando tú lo introduces, la máquina te lo escupe (requiere de una previa e imperceptible curvatura). Las supersticiones lubrican al sistema.

En los filtros de seguridad de los principales aeropuertos del país hay una pantalla para distribuir el flujo de pasajeros hacia los distintos escáneres (entiendo que la aleatoriedad es parte de la seguridad), pero junto a esa pantalla donde aparece un número grande, hay una o dos personas que repiten el dígito visible, y a veces, cuando sale el "3", te dicen: "fila uno". Kafka aplaudiría.

Aquí la máquina es siempre sospechosa y nuestra automatización toma tintes surrealistas. Hay una venganza manifiesta, el triunfo del malinchismo: no importa que la tecnología haya sido diseñada en Alemania, en México no funciona. Munich 0, San Martín Yotelohago 2. Acceder al segundo piso del Periférico de la capital es atestiguar que para nosotros el mejor sistema automático es el manual. Un equipo de tres o cinco individuos fosforescentes manipulan con destreza admirable los conos y las barreras "automáticas"; en esos 10 metros cuadrados dirigen el flujo del universo, al menos el de ellos. Resulta inexplicable la extinción de los elevadoristas.

Sistemas que funcionan en otro país aquí nomás no jalan. Esta pequeña muestra de labores inútiles-necesarias es un fractal de la realidad: en otra escala hay muchos políticos haciendo cosas que no deberían hacer, pagando ayudantes en exceso, complicando procesos para vender su solución. En México, subsistencia aniquila ingeniería, sobreempleo mata proceso.

Peter Drucker decía que es muy distinto hacer la cosa correctamente, que hacer la cosa correcta. Como deporte nacional, hacemos lo primero, convertimos lo automático en manual. Salvo excepciones, la automatización es un territorio utópico, el sistema te lo recuerda: siempre necesitarás la mano del otro, aunque no agregue valor.

Altar de Vivos

Eduardo Caccia

En mi altar de vivos literarios he decidido poner a Ernesto Sabato. Como si hubiera visto el futuro de México o nos mandara un mensaje del más allá, el extinto escritor escribió un libro genial donde afirma "Estamos a tiempo de revertir el abandono y esta masacre". Por supuesto que el argentino no se refiere a ninguna de las atrocidades que recientemente padecemos. La suya es una reflexión sobre la condición del hombre contemporáneo en donde lo llama a ofrecer una resistencia para contrarrestar la tragedia que supone que el hombre pierda el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea.


Editado en el año 2000, La resistencia cobra vigencia de la misma forma que hoy descargamos una actualización de la red. Lejos de ver la invasión de celulares inteligentes y familias de tabletas digitales, que son parte inescapable de la vida moderna, Sabato dirigía sus baterías contra el ataque invasivo de la pantalla televisiva y su "efecto entre mágico y maléfico" producto, especula el creador de El túnel, del exceso de luz que nos captura, de la misma forma que un farol nocturno convoca moscardones y sabandijas aladas.


Ajeno a las pantallas de alta definición (ahora de bolsillo), Sabato leyó el futuro: "Muchas veces me ha sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad", y hace un llamado apremiante por reconocer los "espacios de encuentro", ese contacto con la realidad, dado que "al ser humano se le están cerrando los sentidos".


Me parece que la verdadera luminosidad no está en las pantallas, sino en la reivindicación de la presencia de lo humano, "el pequeño lugar", la charla de sobremesa, la felicitación de cumpleaños que se da de viva voz o, mejor aún, con la calidez de un abrazo, un paseo matinal, ver llover, en fin, más humanidad que nos devuelva una realidad desaparecida.


También he puesto a Juan Villoro en mi altar de vivos. Esta semana tuve el placer de escucharlo hablar sobre "la desaparición de la realidad", una profunda reflexión donde, entre otros ángulos, nos dice que hay pocas cosas tan misteriosas como lo cotidiano, y hace una exhortación para recuperar lo común, la novedad de lo diario, de cara a una vida virtual, de presencias espectrales, que cada vez parece abarcarlo todo. Me quedo con su pregunta: ¿dónde queda la experiencia sensible?


Por alguna circunstancia, me atraen los relojes antiguos. Sabiendo mi lado arqueológico, mi esposa (lo he contado ya) me regaló un viejo reloj de cuerda con el que cada noche disfruto girar la corona, escuchar su marcha y el recorrido de los engranes que no veo, pero siento en las yemas de mis dedos, un recordatorio de vivir ese "pequeño lugar" cargado de humanidad. Mi reloj, más que un instrumento para medir el tiempo, es un símbolo de mi propia resistencia, de mi afán por recuperar la realidad desaparecida ante el embate de correos electrónicos, tuits y otras invasiones de las pantallas digitales.


Aunque mecánico, mi reloj tiene mucho de humano. Obra de un ensamble profundamente manual y paciente, ajeno a cualquier batería de litio, pero eso sí, armado de puentes, tijas, barriletes, rochetes y trinquetes (palabras extintas de los modernos mecanismos de cuarzo), noté que cada día se retrasaba, acaso agotado por los años, un par de minutos. El relojero que lo destapó no pudo contener la emoción, como el mecánico que levanta el cofre ante un auto clásico que tal vez sólo había visto en algún catálogo. Mi reloj carece de marca y por dentro ostenta una realidad que sólo aprecian quienes saben de la minuciosidad con la que se mueven los detalles humanos de la vida. Luego de un milimétrico ajuste, el relojero lo cerró. Cuando me lo entregó, su recomendación fue terapéutica: "no le pida mucho".


Así está mi altar de vivos, con dos grandes escritores, un llamado a resistir y rescatar la realidad perdida, y por supuesto, con mi viejo reloj (que ya no se retrasa). Entre Sabato y Villoro el tiempo adquiere una consigna manual: a la realidad hay que darle cuerda.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Mis 13 Libros Favoritos Chistopher Dominguez

Mis 13 libros preferidos
Escalera al cielo.

Christopher Domínguez 

Acepté la petición de algunos amigos de Facebook de hacer una lista de mis 10 libros preferidos y, antes de subirla a la red, la comparto con quien frecuente esta columna. Pero serán no 10, sino 13, porque ese es mi número de la buena suerte. Notoriamente, casi todos los leí en los años de formación.

1. Charles Darwin, El origen de las especies (1859). Lo leí casi niño, no entendí gran cosa, pero pude entrever la estructura de un tratado, la batalla por una verdad científica a través del testimonio de un sabio que le había dado la vuelta al mundo para comprobarla. Su aridez me sigue pareciendo una pócima vigorizante.

2. Alexandre Dumas, El conde de Montecristo (1844-1845). Ya lo dijo García Márquez: es la novela perfecta, la novela ante el Altísimo, la aventura sin mácula. Desde entonces, la relación maestro/ alumno insuperable me parece la establecida, de celda a celda, entre el abate Faria y el vengativo Dantés.

3. León Trotski, Historia de la Revolución rusa (1929-1932). Era fascinante que un héroe derrotado, cuyas gotitas de sangre sobre sus manuscritos se podían observar en la entonces muy descuidada casona de la calle de Viena en Coyoacán, hubiera sido simultáneamente protagonista de una hazaña de la humanidad y su cronista. Gracias al bolchevique leí después algo aún más suculento, la Historia de los girondinos, de Lamartine.

4. Giovanni Papini, Diario (1962). Este diario, aparecido póstumamente en el año de mi propio nacimiento, me fue leído, primero. Crecido en un ambiente jacobino, las dudas religiosas del italiano me parecían misterios extraterrestres, los del catolicismo. Pero, sobre todo, quedé prendado del acto de escribir a diario una bitácora de la propia vida y decidí imitarlo (hasta la fecha).

5. Jorge Luis Borges, El Aleph (1940). ¿Quién puede olvidar el impacto singularísimo de la prosa borgesiana (y no borgiana, propia de los Borgia)? "Ah, Borges. Lo leí en la escuela", le escuché decir hace poco, desdeñoso, a un joven autor argentino. Yo no: lo leí acurrucado adentro del espacio para la silla del escritorio de mi padre, como si fuera pornografía, no sé por qué. Lo creí una historia de terror. No me equivoqué.

6. Octavio Paz, El laberinto de la soledad (1950). Me dijeron que su autor se había vuelto reaccionario y su visión de México, escasamente marxista. Estuve de acuerdo con ese dicterio tras mi lectura y escribí una refutación secreta, bastante idiota. Esa pasión crítica me contagió y me volví, con los años, paciano. Entre más lo leo, más verdadero y veraz encuentro lo que allí se postula.

7. Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca (1975). Leído antes que Cien años de soledad, recién aparecido: sus primeras páginas me siguen pareciendo tan armoniosas y vivas como los conciertos para mandolina de Vivaldi. Mucho he leído y hasta escrito contra García Márquez, pero siempre, al volver, me encuentro como en casa, en el palacio presidencial del Inmorible latinoamericano.

8. Fedor Dostoievski, El idiota (1869). Como Margo Glantz, idolatro al príncipe Mishkin. Me llenó de manías obsesivo-compulsivas, de esas que horroriza concebir, pero nunca lleva uno a cabo, como tirar perritos falderos por las ventanas de los trenes o romper el jarrón chino guarecido al fondo del salón.

9. José Gorostiza, Muerte sin fin (1940). Fue el primer libro de poesía que leí completo. Fantasioso, lo hallé por completo inteligible: la Muerte era a la vez frívola y digna de temerse por cautivadora, una putilla helada.

10. Hans Mayer, Historia maldita de la literatura. El homosexual, la mujer, el judío (1975). El libro que me decidió a ser crítico literario. Más adelante entendí por qué: ese tratado equivalía al Infierno de Dante que no leí sino ya mayorcito, ilustrativo de aquel lugar donde padecen los personajes dignos de conocerse.

11. Stendhal, Del amor (1822). Lo tomé como un libro de superación personal, sin mayor éxito. La cristalización stendhaliana demoraba en surtir efecto en tiempos en que imperaba otra lectura más psicalíptica: La lucha sexual de los jóvenes, del loco Wilhelm Reich.

12. Henry Miller, Trópico de cáncer (1934). Me lo llevé a París en mi primer viaje adentro de la mochila de rigor. Me acompañó por la rue Saint-Denis de arriba abajo antes que Mitterand moralizara aquella zona venérea. Me introdujo a la deliciosa banalidad de Anaïs Nin y me abrió las puertas de la sofisticada Alejandría del dipsómano Larry Durrell.

13. Chateaubriand, Memorias de ultratumba (1848). Me las recomendó Daniel Sada cuando todavía se podía llegar en tren a San Miguel Allende. Nunca dejaré de agradecérselo. Digamos que el de Chateaubriand es mi oráculo manual: ser liberal contra las convicciones más íntimas y saberse romántico fingiéndose clasicista. Contraer la insufrible vanidad de sentirse póstumo en vida. Etcétera.

Y los cíclopes se tocan. Pepe Gordon

En estos tiempos en los que celebramos los cien años de Julio Cortázar, vale la pena recordar uno de los momentos magistrales de la novela Rayuela, en donde el Cronopio Mayor nos recuerda lo que quiere decir tocarnos:

"Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja."

En el momento del beso los "pre-juicios" nos hacen creer que estamos viendo los dos ojos de nuestro ser amado. Cortázar nos revela que en ese instante (si tenemos los ojos abiertos), desde esa distancia nuestra percepción es necesariamente cubista. Cortázar describe cómo se acercan las miradas, los ojos se agrandan y los cíclopes se miran. Las bocas se encuentran y luchan tibiamente con un perfume viejo y un silencio. En medio de las caricias, las bocas se llenan de flores y de peces, de movimientos vivos de una fragancia oscura. Cortázar remata: "Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua".

¿Qué correspondencia hay entre tocar con palabras, tocar al otro mediante el poder de la literatura y tocar físicamente el temblor del cuerpo de un ser querido? Curiosamente, la ciencia nos dice que esa cercanía es mayor de la que imaginamos. De acuerdo con los estudios en neurociencia de Naomi Eisenberg (UCLA), las áreas del cerebro que registran el dolor físico se activan también cuando alguien se siente herido en una relación amorosa. En el libro La Era Humana. El mundo que creamos (2014), la ensayista Dianne Ackerman dice que esa es la razón por la cual el abandono nos lastima el cuerpo. La clave está en el cingulado anterior dorsal en el cerebro, en una zona que registra tanto el rechazo como los golpes físicos.

Ackerman subraya las similitudes en diversas culturas -desde las que se comunican en armenio hasta las que lo hacen en mandarín-en el uso de imágenes de dolor físico para describir dolores amorosos: hablamos de aplastante, devastador, paralizante, golpe que nos rompe... Los estudios revelan que la terminación de una relación amorosa, la indiferencia de los otros o una pérdida, disparan ese tipo de sensaciones como si fueran las asociadas con dolor de estómago o un hueso roto.

Lo contrario también sucede. El neurocientífico James Coane (Universidad de Virginia), ha realizado interesantes investigaciones que muestran cómo cuando nos tocan físicamente, nos tocan también el alma, por decirlo así. En sus experimentos se dio un shock eléctrico -en el tobillo- a mujeres que tenían relaciones comprometidas y relativamente plenas. Los estudios registraron la ansiedad preliminar y el nivel de dolor durante los shocks. El procedimiento se repitió con una variante: se dieron los shocks mientras las parejas les tomaban la mano. Dice Ackerman: la electricidad era la misma pero producía significativamente menos dolor. Incluso se daba una menor respuesta neural en el cingulado. En las relaciones con problemas no sucedía este efecto.

Desde esta perspectiva, ver y tocar a nuestros queridos cíclopes, nos hace cambiar la respiración: baja la presión sanguínea, mejora la respuesta ante el estrés, se suaviza el dolor físico. Al mismo tiempo, en plena correspondencia, las palabras nos tocan: "Tus labios coinciden con mis trazos".

'Perseguir las drogas es absurdo' Fernando Savater ve en la despenalización de las drogas y el ejercicio de la ciudadanía el fin de la violencia.

Fernando Savater.

Miguel de la Vega
Cd. de México (2 noviembre 2014).- 12:00 AM.-
Su biografía dice que es un filósofo. Pero en realidad Fernando Savater es mucho más: es un hombre que ama los caballos porque su padre lo llevaba a las carreras; es una delicia cuando habla lo mismo de la muerte que de un buen whisky; es el hombre sabio que vive de explicar el mundo al hombre común.

Lejos de las poses del intelectual que se ubica en el Olimpo, Savater es irreverente y desenfadado en el trato. Pero es estricto en el razonamiento e implacable en los argumentos.

En una visita de dos días al Distrito Federal, acepta hablar de todo: de Ayotzinapa y el poder corruptor del narcotráfico; de la legalización de las drogas y sus años mozos con la "golden"; de cómo ser ciudadano a cómo ser un fanático. Y, claro, de cuál es el secreto de la vida.

¿Cómo explica la movilización de la sociedad ante el caso de los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos?

Lo que no me explico es cómo puede haber las desapariciones y los crímenes. La movilización, relativamente, es más explicable.

¿Por qué?

Que la gente reaccione ante un hecho como éste, con las perspectivas criminales que abre, demuestra que la gente no está todavía dormida ni indiferente.

Tardamos mucho en reaccionar, ¿no?

Ha habido una tendencia a considerar que, más o menos, ese tipo de corrupción entre autoridades y criminales era cosa del pasado. Que vuelva a aparecer y con una manera tan cruda y tan violenta y tan ofensiva como este caso, lógicamente, a la gente le remuerde la conciencia.

¿Qué se podría hacer con el caso de Ayotzinapa?

Habrá que investigar, enviar indagadores que sepan honradamente descubrir o buscar lo que ha ocurrido. Pero, sobre todo, lo que hay que definir es qué se va a hacer para evitar que esto vuelva a ocurrir. Cuáles son las leyes, cuáles son las modificaciones legales, las institucionales que hay que tomar para que esto no vuelva a pasar.

¿Qué tuvo que descomponerse en México para que llegáramos a donde estamos hoy?

La persecución de la droga es un absurdo porque no produce más que males en las sociedades. Ha terminado por formar un negocio tan fabuloso que eso crea grupos adictos a ese dinero fácil y a la violencia que le rodea. Y esos grupos se compran políticos y, de alguna manera, corrompen la estructura social. Entonces, claro, hay que combatir el narcotráfico en su raíz económica.

Hace unos 30 años, usted dijo -o predijo- que los gobiernos de Latinoamérica no podrían acabar con el narco y que éste les iba a socavar su poder.

Me temo que, más o menos, eso es lo que pasó.

Está pasando...

No se puede acabar con las drogas. Vamos a tener siempre ese tipo de cosas al alcance de la mano. Lo que pasa es que la prohibición las convierte en una mercancía de un precio y de una irresistible función económica que hace millonarios a los más desaprensivos de la sociedad.

¿La corrupción es sólo un asunto económico o de falta de ética?

La falta de ética es algo personal. Es verdad que corruptos hay en todas las sociedades. Lo más grave es cuando eso se envuelve, además, en una trama criminal.

¿Qué es lo que más le sorprende de una situación como ésta?

Que las cosas vayan resbalando hasta llegar a estos extremos. Todas las plantas, cuando son pequeñas, se pueden arrancar con facilidad. Pero, bueno, cuando son un árbol, es muy difícil.

Hablando de ciudadanos y ciudadanía: ¿somos culpables el resto de los mexicanos?

Culpables, no. Responsables, sí. En una sociedad democrática, políticos somos todos. Es evidente que alguna responsabilidad tiene uno en esa corrupción de instituciones, en ese apoyo de lo que no debe ser. Por eso hay que plantearse no sólo buscar culpabilidades y darse golpes de pecho, sino enmendar la situación.

Buscar responsables, pero para cambiar las cosas...

¡Exactamente! No simplemente decir: "bueno, vamos a ver a quién colgamos como culpable". El problema es qué hacemos para que esto no vuelva a ocurrir.

Hay una insistencia en culpar de todo al Estado, como si fuera un ente ajeno a los ciudadanos.

Eso es absurdo. Si el Estado funciona mal es porque funcionamos mal nosotros. Nosotros somos el Estado. Los que abusan en nombre del Estado es porque nosotros los dejamos.

¿Eso significa que tenemos el gobierno que nos merecemos?

No tanto. Tenemos el gobierno que consentimos. No ponemos los medios eficaces para impedir que eso ocurra.

Usted padeció una dictadura. ¿Ve alguna similitud entre el México actual y el del 68, por ejemplo?

Una cosa es una democracia imperfecta y otra cosa es una dictadura más o menos completa, ¿no? Yo he vivido 28 años de mi vida bajo un dictador, que era Franco.

Esa sí era dictadura...

Claro. Hoy la democracia, tanto la de España como la de México, está llena de defectos -y soy el primero en denunciarlos-, pero nunca diré que eso es peor que la dictadura o que eso es peor que Franco.

Para el caso de Ayotzinapa, ¿funcionaría una Comisión de la Verdad?

Una comisión que busque la verdad sí sería interesante. Es decir, alguien que lleve a cabo la investigación imparcial, profunda, no tratando de encontrar una respuesta superficial, sino buscando las raíces de lo que ocurrió.

¿A qué se refiere con superficial?

¡Hombre! Superficial sería simplemente buscar un culpable ad hoc. En estos casos, pues el que apretó el gatillo, el último de una cadena de responsables.

Hay quienes proponen al juez Baltasar Garzón, ¿necesitaríamos una figura así?

Necesitaríamos un buen juez. Es decir, no un juez Garzón, que ha cumplido sus funciones en otros ámbitos. En México habrá jueces responsables y lo que hace falta es dejarles las manos libres para que actúen. No hace falta importar uno foráneo, ¿no?

¿Qué pasaría si nunca aparecen los muchachos?

Sinceramente, ojalá me equivoque en esto, creo que no van a aparecer. Me alegraría muchísimo que me equivocara.

¿Sería preferible que aparezcan muertos a que sigan desaparecidos?

En cierto sentido sería preferible, porque eso despeja una duda y permite el duelo de los familiares. Lo otro es más cruel todavía.



COMO A AL CAPONE

Savater no le da muchas vueltas: la solución está en legalizar las drogas. Sólo así, afirma, se le quitaría a los cárteles la fuerza económica, el poder corruptor.

¿El narcotráfico es una forma de terrorismo?

El narcotráfico puede desembocar en usos terroristas: atentados, asesinatos selectivos, etcétera.

Y cuando tenemos instituciones dominadas por el narco, ¿eso qué es?

El narco es un poder económico, irresponsable ante cualquier tipo de tribunal, que sólo busca la complacencia del poder egoísta de los que lo ejercen y que, naturalmente, puede comprar poderes del Estado.

En español...

Cuando alguien tiene un enorme poder económico, policías, políticos, etcétera, pueden ceder y dejarse comprar.

¿Y eso cómo se podría evitar?

Primero, acabando con el poder económico de los traficantes.

Lo dice como si fuera muy fácil. ¿Cómo se hace?

Cosa sencilla: a Al Capone se le acabó legalizando la venta de alcohol. Se acabó así con el poder de los que vivían de vender alcohol clandestinamente. No estaría mal seguir ese ejemplo.

¿Y usted cree que Enrique Peña podría aventurarse a siquiera pensar en legalizar las drogas?

¿Pensar? Yo creo que lo ha pensado mucho. Pero una cosa es pensarlo y otra es decirlo en voz alta. Hace tres, cuatro años, en Monterrey tuvimos una mesa redonda con el ex presidente Ernesto Zedillo, Óscar Arias... Y todos estaban bastante decididos en ese momento a que la despenalización era un camino que había que seguir. Yo dije: "lástima que no lo pensasteis cuando estabais en el poder". Yo lo llevo diciendo hace como 30 años, pero como no tengo poder, nadie me hace caso.

¿Usted consume drogas?

Yo he tomado, prácticamente, de todas las drogas que hay en el mundo, legales e ilegales. Pero, vamos, me divierten más las legales porque tienen menos requisitos: el whisky, los puros habanos...

¿Y de las no legales?

Me acuerdo de la marihuana "golden" colombiana de los años mozos, que era estupenda. Hombre, yo soy de la generación que disfrutaba mucho con ella.



LA CIENCIA DE SER CIUDADANO


Uno de los motivos de su visita a México fue promover su más reciente libro: ¡No te prives! Defensa de la ciudadanía (Ariel, 2014). Se trata de una recopilación de ensayos, en la que Savater, por todos los ángulos, insiste en que ser ciudadano no es sólo defender los derechos, sino también cumplir los deberes.

Y si alguien sabe de esto, es este autor cuyo activismo en movimientos civiles contra el terrorismo de ETA lo llevó a ser amenazado de muerte.

¿Qué se requiere para ser ciudadano? ¿Es una opción o una decisión?

La ciudadanía es la forma de pertenecer a una democracia dentro del Estado de derecho. Ser ciudadano es reconocer que la patria de un demócrata es la Constitución de su país. No es la tierra, no es el sexo, no es la ideología, no es la genealogía...

Ni la religión...

No, por supuesto. Es la ley que comparte con los demás y que le autoriza a ser diferente a todos o parecido a los que él quiera.

Visto desde afuera, ¿cree que en México tenemos eso?

Probablemente con esta pureza que le pongo yo, ni en México ni en España ni en Inglaterra ni en Francia. Pero este es el ideal que tenemos que entender.

¿Hay que mandar al diablo a las instituciones?

No, no. Hay que mejorarlas. Eso como si a la persona que un médico le ha diagnosticado un mal, decide no volver a tomar nunca una medicina, no volver nunca a una clínica. Bueno, eso no va a mejorar su salud, probablemente.

¿Se requiere conciencia para ser ciudadano?

Sobre todo requiere de cierta ciencia. No es sólo conciencia, sino un conocimiento.

No es algo automático...

La ciudadanía es algo artificial, es algo que hemos creado nosotros. No es una cosa que nazca como derecho. No es como que tengamos pelo o que la digestión tenga un mecanismo determinado. La ciudadanía es algo que hemos inventado nosotros y que funciona si ponemos una cierta voluntad en ello. Eso es lo que es.

Es como el amor: hay que hacerlo.

Además, cuerpo a cuerpo, que también la ciudadanía tiene algo así.



UN HUMILDE ROCKSTAR


¿Cuántos libros ha escrito Fernando Savater? Ni él lo sabe. Cuenta que hace poco en una entrevista, le dijeron que eran 84 y que esa cifra le provocó un sobresalto.

Lo cierto es que su bibliografía va más allá de la filosofía, pues lo mismo ha publicado ensayos políticos y literarios, novelas, narraciones, obras de teatro y hasta una comedia de televisión.


Su biografía dice que es un filósofo. Pero en realidad Fernando Savater es mucho más: es un hombre que ama los caballos porque su padre lo llevaba a las carreras; es una delicia cuando habla lo mismo de la muerte que de un buen whisky; es el hombre sabio que vive de explicar el mundo al hombre común.

Lejos de las poses del intelectual que se ubica en el Olimpo, Savater es irreverente y desenfadado en el trato. Pero es estricto en el razonamiento e implacable en los argumentos.

En una visita de dos días al Distrito Federal, acepta hablar de todo: de Ayotzinapa y el poder corruptor del narcotráfico; de la legalización de las drogas y sus años mozos con la "golden"; de cómo ser ciudadano a cómo ser un fanático. Y, claro, de cuál es el secreto de la vida.

¿Cómo explica la movilización de la sociedad ante el caso de los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos?

Lo que no me explico es cómo puede haber las desapariciones y los crímenes. La movilización, relativamente, es más explicable.

¿Por qué?

Que la gente reaccione ante un hecho como éste, con las perspectivas criminales que abre, demuestra que la gente no está todavía dormida ni indiferente.

Tardamos mucho en reaccionar, ¿no?

Ha habido una tendencia a considerar que, más o menos, ese tipo de corrupción entre autoridades y criminales era cosa del pasado. Que vuelva a aparecer y con una manera tan cruda y tan violenta y tan ofensiva como este caso, lógicamente, a la gente le remuerde la conciencia.

¿Qué se podría hacer con el caso de Ayotzinapa?

Habrá que investigar, enviar indagadores que sepan honradamente descubrir o buscar lo que ha ocurrido. Pero, sobre todo, lo que hay que definir es qué se va a hacer para evitar que esto vuelva a ocurrir. Cuáles son las leyes, cuáles son las modificaciones legales, las institucionales que hay que tomar para que esto no vuelva a pasar.

¿Qué tuvo que descomponerse en México para que llegáramos a donde estamos hoy?

La persecución de la droga es un absurdo porque no produce más que males en las sociedades. Ha terminado por formar un negocio tan fabuloso que eso crea grupos adictos a ese dinero fácil y a la violencia que le rodea. Y esos grupos se compran políticos y, de alguna manera, corrompen la estructura social. Entonces, claro, hay que combatir el narcotráfico en su raíz económica.

Hace unos 30 años, usted dijo -o predijo- que los gobiernos de Latinoamérica no podrían acabar con el narco y que éste les iba a socavar su poder.

Me temo que, más o menos, eso es lo que pasó.

Está pasando...

No se puede acabar con las drogas. Vamos a tener siempre ese tipo de cosas al alcance de la mano. Lo que pasa es que la prohibición las convierte en una mercancía de un precio y de una irresistible función económica que hace millonarios a los más desaprensivos de la sociedad.

¿La corrupción es sólo un asunto económico o de falta de ética?

La falta de ética es algo personal. Es verdad que corruptos hay en todas las sociedades. Lo más grave es cuando eso se envuelve, además, en una trama criminal.

¿Qué es lo que más le sorprende de una situación como ésta?

Que las cosas vayan resbalando hasta llegar a estos extremos. Todas las plantas, cuando son pequeñas, se pueden arrancar con facilidad. Pero, bueno, cuando son un árbol, es muy difícil.

Hablando de ciudadanos y ciudadanía: ¿somos culpables el resto de los mexicanos?

Culpables, no. Responsables, sí. En una sociedad democrática, políticos somos todos. Es evidente que alguna responsabilidad tiene uno en esa corrupción de instituciones, en ese apoyo de lo que no debe ser. Por eso hay que plantearse no sólo buscar culpabilidades y darse golpes de pecho, sino enmendar la situación.

Buscar responsables, pero para cambiar las cosas...

¡Exactamente! No simplemente decir: "bueno, vamos a ver a quién colgamos como culpable". El problema es qué hacemos para que esto no vuelva a ocurrir.

Hay una insistencia en culpar de todo al Estado, como si fuera un ente ajeno a los ciudadanos.

Eso es absurdo. Si el Estado funciona mal es porque funcionamos mal nosotros. Nosotros somos el Estado. Los que abusan en nombre del Estado es porque nosotros los dejamos.

¿Eso significa que tenemos el gobierno que nos merecemos?

No tanto. Tenemos el gobierno que consentimos. No ponemos los medios eficaces para impedir que eso ocurra.

Usted padeció una dictadura. ¿Ve alguna similitud entre el México actual y el del 68, por ejemplo?

Una cosa es una democracia imperfecta y otra cosa es una dictadura más o menos completa, ¿no? Yo he vivido 28 años de mi vida bajo un dictador, que era Franco.

Esa sí era dictadura...

Claro. Hoy la democracia, tanto la de España como la de México, está llena de defectos -y soy el primero en denunciarlos-, pero nunca diré que eso es peor que la dictadura o que eso es peor que Franco.

Para el caso de Ayotzinapa, ¿funcionaría una Comisión de la Verdad?

Una comisión que busque la verdad sí sería interesante. Es decir, alguien que lleve a cabo la investigación imparcial, profunda, no tratando de encontrar una respuesta superficial, sino buscando las raíces de lo que ocurrió.

¿A qué se refiere con superficial?

¡Hombre! Superficial sería simplemente buscar un culpable ad hoc. En estos casos, pues el que apretó el gatillo, el último de una cadena de responsables.

Hay quienes proponen al juez Baltasar Garzón, ¿necesitaríamos una figura así?

Necesitaríamos un buen juez. Es decir, no un juez Garzón, que ha cumplido sus funciones en otros ámbitos. En México habrá jueces responsables y lo que hace falta es dejarles las manos libres para que actúen. No hace falta importar uno foráneo, ¿no?

¿Qué pasaría si nunca aparecen los muchachos?

Sinceramente, ojalá me equivoque en esto, creo que no van a aparecer. Me alegraría muchísimo que me equivocara.

¿Sería preferible que aparezcan muertos a que sigan desaparecidos?

En cierto sentido sería preferible, porque eso despeja una duda y permite el duelo de los familiares. Lo otro es más cruel todavía.



COMO A AL CAPONE

Savater no le da muchas vueltas: la solución está en legalizar las drogas. Sólo así, afirma, se le quitaría a los cárteles la fuerza económica, el poder corruptor.

¿El narcotráfico es una forma de terrorismo?

El narcotráfico puede desembocar en usos terroristas: atentados, asesinatos selectivos, etcétera.

Y cuando tenemos instituciones dominadas por el narco, ¿eso qué es?

El narco es un poder económico, irresponsable ante cualquier tipo de tribunal, que sólo busca la complacencia del poder egoísta de los que lo ejercen y que, naturalmente, puede comprar poderes del Estado.

En español...

Cuando alguien tiene un enorme poder económico, policías, políticos, etcétera, pueden ceder y dejarse comprar.

¿Y eso cómo se podría evitar?

Primero, acabando con el poder económico de los traficantes.

Lo dice como si fuera muy fácil. ¿Cómo se hace?

Cosa sencilla: a Al Capone se le acabó legalizando la venta de alcohol. Se acabó así con el poder de los que vivían de vender alcohol clandestinamente. No estaría mal seguir ese ejemplo.

¿Y usted cree que Enrique Peña podría aventurarse a siquiera pensar en legalizar las drogas?

¿Pensar? Yo creo que lo ha pensado mucho. Pero una cosa es pensarlo y otra es decirlo en voz alta. Hace tres, cuatro años, en Monterrey tuvimos una mesa redonda con el ex presidente Ernesto Zedillo, Óscar Arias... Y todos estaban bastante decididos en ese momento a que la despenalización era un camino que había que seguir. Yo dije: "lástima que no lo pensasteis cuando estabais en el poder". Yo lo llevo diciendo hace como 30 años, pero como no tengo poder, nadie me hace caso.

¿Usted consume drogas?

Yo he tomado, prácticamente, de todas las drogas que hay en el mundo, legales e ilegales. Pero, vamos, me divierten más las legales porque tienen menos requisitos: el whisky, los puros habanos...

¿Y de las no legales?

Me acuerdo de la marihuana "golden" colombiana de los años mozos, que era estupenda. Hombre, yo soy de la generación que disfrutaba mucho con ella.



LA CIENCIA DE SER CIUDADANO


Uno de los motivos de su visita a México fue promover su más reciente libro: ¡No te prives! Defensa de la ciudadanía (Ariel, 2014). Se trata de una recopilación de ensayos, en la que Savater, por todos los ángulos, insiste en que ser ciudadano no es sólo defender los derechos, sino también cumplir los deberes.

Y si alguien sabe de esto, es este autor cuyo activismo en movimientos civiles contra el terrorismo de ETA lo llevó a ser amenazado de muerte.

¿Qué se requiere para ser ciudadano? ¿Es una opción o una decisión?

La ciudadanía es la forma de pertenecer a una democracia dentro del Estado de derecho. Ser ciudadano es reconocer que la patria de un demócrata es la Constitución de su país. No es la tierra, no es el sexo, no es la ideología, no es la genealogía...

Ni la religión...

No, por supuesto. Es la ley que comparte con los demás y que le autoriza a ser diferente a todos o parecido a los que él quiera.

Visto desde afuera, ¿cree que en México tenemos eso?

Probablemente con esta pureza que le pongo yo, ni en México ni en España ni en Inglaterra ni en Francia. Pero este es el ideal que tenemos que entender.

¿Hay que mandar al diablo a las instituciones?

No, no. Hay que mejorarlas. Eso como si a la persona que un médico le ha diagnosticado un mal, decide no volver a tomar nunca una medicina, no volver nunca a una clínica. Bueno, eso no va a mejorar su salud, probablemente.

¿Se requiere conciencia para ser ciudadano?

Sobre todo requiere de cierta ciencia. No es sólo conciencia, sino un conocimiento.

No es algo automático...

La ciudadanía es algo artificial, es algo que hemos creado nosotros. No es una cosa que nazca como derecho. No es como que tengamos pelo o que la digestión tenga un mecanismo determinado. La ciudadanía es algo que hemos inventado nosotros y que funciona si ponemos una cierta voluntad en ello. Eso es lo que es.

Es como el amor: hay que hacerlo.

Además, cuerpo a cuerpo, que también la ciudadanía tiene algo así.



UN HUMILDE ROCKSTAR


¿Cuántos libros ha escrito Fernando Savater? Ni él lo sabe. Cuenta que hace poco en una entrevista, le dijeron que eran 84 y que esa cifra le provocó un sobresalto.

Lo cierto es que su bibliografía va más allá de la filosofía, pues lo mismo ha publicado ensayos políticos y literarios, novelas, narraciones, obras de teatro y hasta una comedia de televisión.

Pese a esto, su trato es amable y cordial. Y eso que, al momento de la entrevista, lleva más de 12 horas de estar hablando: una conferencia de prensa, una comida, dos entrevistas de televisión, varias más de prensa. Además, lleva prisa por llegar a una cena con ejecutivos de Telefónica, encabezados por Francisco Gil Díaz.

Maestro, ¿qué es hoy el populismo?

Es la democracia de los ignorantes. Es la democracia basada en denunciar males reales y proponer soluciones falsas.

¿Y por qué es tan popular el populismo en estos días?

Porque hay mucha gente que entiende la revancha pero no la reforma. En lugares donde ha habido políticos que han abusado de sus puestos, que han robado, mucha gente lo que quiere es castigarles.

No se suponía que, con las redes sociales, con internet, se iba a tener más acceso a información y la gente iba a ser más libre...

Hay más información, pero también hay que aprender a discriminar dentro de esa información. La capacidad de seducción que tienen los engaños es muy grande. La madurez humana es creer la verdad no porque nos guste, sino porque pensamos que es la verdad y que es más prudente creer verdades que creer falsedades.

¿Y en ese contexto a quién se le ocurre ser filósofo?

Bueno, los filósofos lo que intentan es introducir un principio racional. Hombre, en el mundo hay personas que creen que los muertos resucitan. El filósofo es el que trae la mala noticia de que, quizás, deberíamos intentar pensar la muerte desde la perspectiva de la no resurrección.

Sus críticos no le perdonan el éxito...

Bueno, tampoco vivo en sociedad con mis críticos. Hay una forma de paranoia que es creer que todos están preocupándose de mí día y noche, y no es así. Tenemos que aceptar que lo mismo que nosotros no llevaríamos a ciertas personas a cenar a nuestra casa, nosotros tampoco somos bien vistos en todas las casas.

Hay quienes lo llaman el filósofo mediático. Que es un rockstar. ¿Usted cómo se ve a sí mismo?

Yo soy un profesor. He sido, ahora ni siquiera, un profesor de filosofía. Sobre todo, me veo a mí mismo como un lector. Un lector que ha tenido la suerte de poder ganarse la vida hablando y escribiendo sobre los libros que ha leído.

Una postura muy modesta para alguien cuya palabra es buscada en casi todos los idiomas...

Yo creo que he acertado, en ocasiones, a hablar con un tono que la gente podía comprender, de cosas que le intimidaban.

¿Después de 84 libros me puede decir cuál es el sentido de la vida?

La verdad, tengo verdades pequeñas nada más. Quizás la vida la tenemos que ir autoinventando nosotros. La vida no viene con un folleto de instrucciones, un manual. Eso sería cómodo, pero no es así.

¿Usted piensa y luego existe?

Yo existo y pienso como todo el mundo porque no hay más remedio. El problema es pensar bien o pensar con acierto o ser capaz, de alguna manera, de homologar positivamente los propios pensamientos.

¿Qué sabe que no sabe?

Casi todo. Con los años, además, vas desaprendiendo cosas más que aprendiendo. Los sabios que he conocido se distinguían porque tenían muchos menos ideas seguras que los tontos. Los tontos tienen montones de ideas completamente seguras.

¿De qué ha dejado usted de estar seguro?

Ha habido épocas en que yo estaba seguro de lo más absurdo: de mí mismo.

¿Quién es su dios o su diosa, para ser políticamente correctos?

Me conformo con encontrar compañías agradables. La divinidad me parecería muy tímida todavía en mí, sobre todo, muy manejable.

¿Por qué en la actualidad surgen grupos extremistas? Desde el Tea Party hasta el Estado Islámico...

Porque es más fácil ser fanático que aprender a convivir.

¿Y por qué esta tendencia a querer imponer a los otros las creencias personales?

Porque la gente, para estar tranquila, necesita que los demás piensen igual. Como en el fondo yo no estoy seguro de lo que creo, necesito ser intransigente con los que creen otra cosa para ver si me reafirmo.

¿Cuál es el sofisma de nuestros días?

Decir que "no hay alternativa". Siempre hay alternativa.

¿Quiénes son hoy los malos y quiénes los malditos?

Malditos hoy son, digamos, todos estos que se caen del carro de la historia, que no tienen trabajo, que no tienen protección social, que están desatendidos, que son socios de una sociedad que no los reconoce como socios. Y los malos son esos, los que dirigen esa sociedad que no reconoce a muchos de sus hijos.

Una duda: ¿Amador alguna vez le ha reclamado regalías?

Hubo un momento en que, cuando yo le pasaba capítulos del libro que estaba escribiendo para que me dijera si le sonaban unas palabras raras, si lo entendía, me dijo: "pero me tendríais que subir la paga". A partir de ahí escribí el libro yo solo.

Ahora sí, la última: ¿cuál es hoy su visión de la muerte?

Como diría Woody Allen, no quisiera estar ahí cuando ocurra.



CINCO DATOS


1. Escribe, por lo general, entre las 19:00 y las 22:00 horas.

2. Fue uno de los líderes del movimiento "Basta Ya", en contra el terrorismo de ETA.

3. Dos de sus múltiples galardones son el Ortega y Gasset de Periodismo y el internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz.

4. Es un férreo defensor de la tauromaquia. En su libro Tauroética combate la crítica a este arte.

5. Según la revista Forign Policy, es uno de los cien intelectuales más influyentes de todo el mundo.